Dadas las limitaciones de pruebas a aplicadas a nivel nacional, la diferencia del número de fallecidos entre 2020 y 2019 es el indicador más aproximado que tenemos para medir el verdadero impacto de la COVID-19 en el país. Estimamos que los fallecidos por COVID-19 representan cerca del 90% de esta cifra. Según esta cantidad reportada por el Sistema Nacional de Defunciones (SINADEF), la evolución del número de fallecidos ha estado disminuyendo en las últimas semanas, y al 31 de agosto la cantidad representa 27% menos de lo que se tenía la primera semana del agosto.
Si separamos al Perú en zonas: Lima Metropolitana, Zona en Cuarentena (4 regiones, 46 provincias, poco más del 30% de la población) y Resto del Perú; vemos que la caída es sostenida en cada uno de los segmentos. Un estudio de seroprevalencia hecho en Lima Metropolitana al final de junio e inicio de julio consideraba que cerca del 25% de la población limeña habría sido contagiada con COVID-19. De mantenerse la relación de 100 casos por cada fallecido, hoy, esa cifra superaría el 37% en Lima. Cada día es más difícil para el virus propagarse, sencillamente porque hay menos personas susceptibles: una mayor cantidad de personas ha desarrollado inmunidad y ya no pueden convertirse en vectores de transmisión. Consideramos que este es el principal factor para explicar el descenso en las fatalidades, y que si mantenemos la misma tasa de reproducción básica (producto de varios factores entre ellos el uso extendido de mascarillas, distanciamiento social, menores eventos con gran cantidad de personas, etc.) la caída debería ser sostenida.
En esta situación, tendríamos una lucha por la interpretación política de las razones de esta caída, probablemente con alta presencia de sesgos de confirmación: desde muchos sectores se considerará que la medida que ellos creían que era la adecuada, está funcionando. Algunos sectores pensarán que es el éxito de las recientes campañas de información del gobierno, otros por el uso intensivo de medicinas de dudosa efectividad (ivermectina, hidroxicloroquina) o de sustancias nocivas como el dióxido de cloro, otros por las recientes medidas del gobierno como el toque de queda nocturno/cuarentena dominical, y otros porque hemos alcanzado una inmunidad de rebaño. Cada una de estas interpretaciones tienen ganadores y perdedores políticos, por los que tendremos voceros abogando por las diversas opciones, buscando que la interpretación que beneficie su discurso sea aceptada.
Ya hemos vivido una lucha de interpretaciones similar, pero para tratar de explicar por qué no pudimos controlar el incremento de casos que nos ha llevado a ser uno de los peores países del mundo en el resultado sanitario y económico producto de la COVID-19. En ese caso se utilizaron interpretaciones estructurales (el modelo económico es el responsable, la desigualdad, los niveles altos de informalidad, la falta de preparación del Estado, etc.) o los coyunturales (decisiones basadas en intereses políticos por encima de evidencia científica, incapacidad e ineficiencia del gobierno para gestionar las medidas que dictaminaba, falta de coordinación entre el gobierno, las organizaciones sociales y las empresas, etc.). El desafío que significó COVID-19 claramente no fue superado como país, y marcará probablemente un episodio traumático en nuestra memoria como nación. La lucha de ideas por la interpretación de esta derrota la tendremos por los siguientes años y se dará sobre el actual sistema de creencias de la población
Consideramos que este no es un tema menor. Si el diagnóstico es incorrecto, esto nos llevará a buscar acciones correctivas que probablemente no solucionen la causa o sean inclusive contraproducentes. Dichas acciones correctivas pueden traducirse en políticas públicas inadecuadas o propuestas políticas populistas u autoritarias. Necesitamos que la interpretación de nuestra derrota sea realizada con el mayor rigor y evidencia posible, basada en hechos y no en creencias prexistentes; que nos permita corregir lo que no funciona y mantener lo que sí está funcionando.
Desde el punto de vista epidemiológico hay aún varias incertidumbres: ¿podemos contar con que el impacto de la COVID-19 continuará en descenso? ¿Habrá nuevos incrementos en el número de fallecidos? ¿Cuánto tiempo puede durar la inmunidad de los que ya se contagiaron? Creemos que lo que está claro, es que esto no ha terminado y falta aún un trecho por recorrer. Si las medidas de distanciamiento social o los cuidados se relajan, este camino puede ser aún más largo, uno con un número de fallecidos mayor.
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