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Perú versus Perú

La victoria de Pedro Castillo en la primera vuelta ha tenido un efecto similar al de la cuarentena prolongada: ha sacado todos los trapos al aire de un grupo pequeño y otrora dominante de la sociedad peruana. El camino que se viene nos plantea una elección sectaria que nos divide y cambia las relaciones de poder – ¿acaso permanentemente?

Voy a usar la primera persona porque no soy un espectador neutral y me ubico, geográfica, económica y culturalmente, en la comunidad que describo y desde la que escribo. No suscribo, sin embargo, las expresiones que comparto en este artículo. Las transcribo en ánimo de condenarlas y – acaso- ridiculizarlas. No puedo y no voy a intentar escribir desde la perspectiva de otros; ni pretender entender, del todo, sus experiencias ni intenciones.

‘Castillo es un ignorante. No entiende ni lo que dice.’

‘Castillo es un terruco.’

‘Los que apoyan a Castillo quieren romperlo todo.’

‘No quieren lo mejor para el Perú. Solo piensan en ellos.’

‘Que el Perú acabe en los límites de Lima.’ (Este es mi comentario favorito, claro, porque el autor no se tomó el trabajo de pensar qué haría con las minas o las tierras de cultivo o las atracciones turísticas o el agua que no están en Lima y sin las que Lima no puede sobrevivir.).

(O la variante) ‘Que se queden con la Sierra.’

Mis chats están llenos de fotos, videos, memes y comentarios que, si se hicieran públicos, podrían, en un país un poco más desarrollado, constituir causal de despido en cualquier empresa con un mínimo de cuidado por su imagen.

Por un lado, tenemos, a mi parecer, un pragmatismo ausente de moral. ‘La enemiga de mi enemigo es mi amiga.’ (Aunque muchos nunca rechazaron realmente a Keiko Fujimori. La aman en secreto. Un guilty pleasure, para darle la razón a Marco Sifuentes – lean KO PPK; más relevante que nunca). ‘Prefiero una ladrona que un comunista.’ Me sorprende la ausencia de dilema para muchos. No lo pensaron ni un minuto. No hubo incomodidad. ‘¿Khe me kheda?’ ‘Por Keiko será.’

Ese pragmatismo ha llevado a muchos a re-adoptar a Vargas Llosa como su líder intelectual cuando hace solo unos pocos meses lo acusaban de traidor. Otros han acusado a De Soto, a quién defendían como un intelectual de peso hace unas semanas, como un ‘tipo que desvaría’. 

 

Pedro Castillo y Keiko Fujimori disputan la presidencia. La segunda vuelta se llevará a cabo en junio.
Pedro Castillo y Keiko Fujimori disputan la presidencia. La segunda vuelta se llevará a cabo en junio. | Fuente: EFE

Ni Vargas Llosa padre, ni el hijo, que solamente reaparece para añadirle detalle a los cometarios del padre, parecen entender que no son, hace mucho tiempo, referente de nada en el Perú. Tal es su desconexión con el país que en el examen sobre España que el gobierno español exige para otorgar la nacionalidad, a Vargas Llosa se le presenta como un Premio Nobel español. No sorprende pues, que le recomiende ‘a los peruanos’ a votar por Keiko. ‘Los peruanos’; no nosotros.

Pero lo más duro en la reacción al resultado de la primera vuelta y las encuestas de Ipsos, Datum y el IEP ha sido un esfuerzo colectivo por definir diferencias entre ellos y nosotros. Ellos no quieren lo mejor para el Perú; ellos son ignorantes; a ellos los engañan con cualquier promesa; ellos. Y de paso, nosotros somos los culpables por no ir a votar; nosotros hemos dejado que ellos ganen por no haber votado, todos, por la derecha; nosotros debemos unirnos por el bien del país; nosotros debemos educarlos a ellos.

Lo que ha surgido entonces no es un llamado a un análisis de posiciones de políticas como se pretende argumentar sino a una falsa y ridícula (y peligrosa) consciencia de clase media alta/alta limeña que no recuerdo haber visto antes. (Es irónico, porque es justamente eso lo que le reclamamos a los que han votado, supuestamente convocados por una consciencia de clase, por Castillo.)

Un primer problema es que esa clase homogénea en la que nosotros creemos no existe realmente. Compartimos, como digo, un espacio geográfico, económico y cultural, pero no de valores.

A quienes no apoyamos las candidaturas de la derecha o no hemos definido nuestro voto por Keiko se nos ha acusado de ‘irresponsables’ y se nos recuerda incesantemente que ‘el Perú nos necesita.’ Asumiendo, claro, que solamente podríamos votar por la derecha, como si el accidente de pertenecer a un grupo en particular así lo exigiese.

No son pocos los que ven en esta elección una batalla más en una guerra permanente con fuerzas que buscan la ruina del país. Una guerra que nosotros venimos perdiendo a costa de victorias pírricas. Porque cada vez que co-optamos al candidato de izquierda o al radical, terruqueamos a la izquierda moderada, o disolvemos la marcha o la protesta con arreglos bajo la mesa o represión, le damos más fuerza al enemigo.

Y lo digo así: enemigo. Porque así es como algunos de nosotros ven a los otros.  Enemigos directos (‘quieren lo que yo tengo’; ‘quiero saber si mis hijos van a poder comer 3 veces al día’; ‘hay una amenaza directa contra nuestro futuro, nuestro trabajos, nuestra propiedad privada y nuestra AFP.’) e indirectos (‘promueven ideas que nos van a costar a todos’; ‘nos quieren convertir en Corea del Norte, en serio’).

La segunda vuelta ya ha desatado un sinfín de expresiones lamentables. Un odio que calza con el trato que las élites hemos reservado, durante 200 años, para los peruanos más pobres y vulnerables, pero que habíamos aprendido a disimular en público. El 19% de Castillo nos hizo perder los papeles. El 42% de Ipsos fue el acabose. El exabrupto ha quedado registrado. Y no ha pasado desapercibido.

Nos muestra tal cual somos. Queremos al Perú que podemos Instagramear. Pero que se quede ahí. Congelado en el tiempo.   

No va a ser fácil retroceder sobre lo expresado.

Pero entiendo la reacción. Nosotros ya no somos el grupo dominante. El miedo se ha apoderado de todos.

‘¿Alguien sabe si es fácil abrir cuentas en USA?’

‘Estamos repartiendo utilidades y sacándolas todas fuera del país.’

Castillo ha usado la dicotomía del pobre-rico. Apela a los miedos de los ricos. Keiko, en lugar de responder con propuestas que saquen de una vez de todas a los pobres de la pobreza, ha respondido usando la dicotomía del peruano-antiperuano. Es una estrategia que esconde el hecho que todos, en el fondo, quieren que las cosas sean mejor para ellos y sus seres queridos. Pero además ofende, y agrede, a quienes debiera querer convencer. 

Nada mejor para ilustrar esto que la más reciente campaña de “#pormifamilia” (con calcomanías para SUVs y todo) que asume que los que votan por Castillo no quieren a sus familias – o son ignorantes o ingenuos.

Más leña al fuego que nos acabará quemando.

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Hace unos años participé de un dialogo de jóvenes rurales en el IEP. Un grupo de ellos ofreció unas breves presentaciones sobre sus vidas. Colegio, clubes vecinales, grupos de amigos, fiestas de promoción. Nada más. Vidas comunes y corrientes de peruanos y peruanas. Un chico habló de una de las mejores experiencias de su vida: el servicio militar. ‘Estábamos todos los peruanos ahí,’ dijo. Me acuerdo de la frase porque me generó una sensación similar a la que muchos de nosotros han sentido estas últimas semanas. Para él no faltaba nadie en su grupo de amigos del servicio militar. Estaban todos los que tenían que estar. Nosotros no. Pero no notó nuestra ausencia. Y es que el Perú no es Lima, y menos San Isidro -y definitivamente no es el Golf.

NOTA: “Ni el Grupo RPP, ni sus directores, accionistas, representantes legales, gerentes y/o empleados serán responsables bajo ninguna circunstancia por las declaraciones, comentarios u opiniones vertidas en la presente columna, siendo el único responsable el autor de la misma.
Enrique Mendizabal

Enrique Mendizabal Res publica

Enrique es fundador y director de On Think Tanks, una iniciativa global enfocada en el estudio y el fortalecimiento de centros de pensamiento. Es promotor de la Semana de la Evidencia Latinoamericana y del Premio PODER al think tank peruano del año. Es miembro del Fellowship Council del Royal Society of Arts y ha sido director de programas del Overseas Development Institute. Enrique es investigador afiliado de la Universidad del Pacífico y profesor de su Escuela de Gestión Pública.

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