La información públicamente disponible sobre Vizcarra, sus tratos con empresas del Club de la Construcción, sus coordinaciones para mentirle al Congreso y a la Fiscalía sobre el caso Swing, sus complots con el Fujimorismo para deshacerse de PPK y la interminable lista de mentiras con las que encaraba las preguntas de periodistas sobre todo lo anterior, es clara – y es difícil de negar. Estos son hechos, registrados y de conocimiento público.
El Congreso actual es un antro de intereses partidarios y privados (y sectarios) que evidencian una agenda orientada principalmente al beneficio de un puñado de grupos de poder (muchas veces oculto) y no al del país. No genera confianza en nadie.
Pero es el Congreso que elegimos hace pocos meses. Es peor, si eso era posible, al anterior. Creo que, ahora, hay consenso al respecto.
Ese Congreso, el que Vizcarra cerró (en mi opinión, un acto de igual o mayor cuestionamiento legal que su vacancia), estuvo controlado por bancadas que no quisieron, nunca, asumir un rol de oposición constructiva. El intento de vacancia de PPK, la forma en la que se planeó, ilustra eso perfectamente bien.
Pero PPK sí usó al Estado, en su larga carrera profesional, como una caja abierta de la cual él y sus socios supieron aprovecharse y perfeccionar un modelo de negocio que es seguido por muchos – aún.
La “incapacidad moral” se usó en ese momento, dos veces, y si bien se discutió la interpretación del concepto no se resolvió entonces. Se usó de la misma forma en la que se usó con Fujimori antes y Vizcarra después. En todo lo demás no hay discusión. Se consiguieron los votos. Vizcarra fue vacado.
El Congreso no funciona. Aunque resulte impopular decirlo, necesitamos más congresistas (y hay que destinar más recursos a sus equipos de asesores). No son suficientes para las comisiones necesarias. Por eso nunca hay quorum. Tampoco son suficientes para representar, realmente, a la población. ¿Quién es tu congresista? ¿Alguna vez has sacado cita para hablar con ellos sobre los problemas en tu barrio? Tampoco sirve que no se permita la reelección (una medida populista que de fortaleció a Vizcarra y debilitó la democracia). No permite que se generen relaciones entre electores y representantes. La inmunidad parlamentaria (la inmunidad de autoridades en general) se abusa. Se interpreta para beneficio de los corruptos. Debe cambiar.
En todo Congreso hay un puñado de buenos congresistas. Honestos. Competentes. Interesados en usar el poder para fines públicos. También hay de los otros.
Los políticos, todos, quieren poder. Ninguno es apático ante el poder. Si no, estarían en sus casas, leyendo y viendo Netflix. El poder se puede usar para fines públicos o privados o públicos y privados.
Nuestro sistema partidos no funciona.
Nuestro modelo de primera vuelta general y segunda vuelta presidencial no funciona. Vamos a seguir eligiendo Presidentes en minoría. Peor, aún, sin partidos.
No tenemos el servicio público que necesitamos. No es cierto que todos los servidores públicos sean corruptos. No es cierto que todos sean flojos. Pero el servicio público no es ni eficiente, ni efectivo, ni justo. Es deficiente en todo sentido. Y es débil ante el poder político y el interés privado. Pero nadie ha querido cambiarlo, no en serio.
El poder judicial y todas sus partes es deficiente. Hace dos años nos disfrazamos de los fiscales del equipo Lava Jato en Halloween. Todavía no hay acusados. No hemos querido invertir en ellos. Obvio. La justicia avanza muy lentamente; la información, en cabio, nos llega a velocidades cada vez mayores.
La sociedad civil – las organizaciones de la sociedad civil – no lograron, nunca, crear un espacio en nuestra sociedad. Siempre se han definido en oposición o en cercanía a otro poder. Contra el estado represivo o el privado abusivo. Con el estado progresivo o el privado en búsqueda de una buena lavada de cara. Pero nunca independientes. Son progresivos – pero no siempre. Son pro transparencia – pero no siempre. Son conservadores – pero no siempre.
Los medios nos han informado a cuentagotas. Han sabido más de lo que han dicho. El gobierno los ha tenido al cuello con financiamiento público. Pero los medios también responden a intereses privados. No son neutrales. Las crisis los beneficia. Les da rating. Pero ese interés no hace falsa la información que sí comparten.
En el Perú el fenómeno del opiniólogo ha llegado a niveles estratosféricos. Periodistas, abogados, economistas, científicos, empresarios, ex-políticos, etcétera, etcétera pelean por levantar sus perfiles de influencers. La consecuencia es caos y rating – o rating y caos. Les encanta el caos.
Pero también es que no tenemos en quién confiar.
#merinonomerepresenta pero #vizcarranomerepresentaba y #PPKnomerepresentaba y #humalanomerepresentaba y #alannomerepresentaba y #toledonomepresentaba y #fujimorinomerepresentaba y así hasta el origen. Es verdad. Nadie nos representa a todos. Pero no es por una sola razón. Es por la crisis permanente de partidos, y por la composición del Congreso (incluida la valla ridícula), el excesivo individualismo de las campañas políticas, la apatía pública por la participación política y un sinfín de otras razones.
Vizcarra y Merino son populistas. La campaña que se nos viene va a ser populista. El próximo presidente muy probablemente va a ser populista. El populismo no es nuevo en el Perú. Conocemos sus consecuencias. Pero nos encanta. Somos cómplices de su permanencia en nuestra vida política.
Vizcarra va a acabar en la cárcel. Es muy probable que quienes le sigan acaben en la cárcel o investigados. Resulta casi imposible pensar que alguien pueda llegar a la presidencia del Perú sin acumular un portafolio de delitos. Que triste, desmoralizadora, es esa idea. Va a requerir mucho para que podamos creer que lo opuesto es posible.
Merino no me gusta como Presidente. Pero el Perú no tiene instrucciones para qué hacer si Merino se va. Y el TC no va a traer a Vizcarra de vuelta. Y no podemos adelantar las elecciones. Y para salir de la crisis hay que buscar cosas posibles. No imposibles.
No nos gusta el gobierno de mayorías congresales que se imponen sobre las minorías pero el gobierno de mayorías populares que se impone sobre las minorías no es mejor. La masa puede pedir de todo. Pero no a todo lo que pide la masa hay que hacerle caso.
Nada en la política es sencillo. Intentar simplificar la realidad es no solamente imposible sino que también, en mi opinión, es irresponsable.
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