Estamos a puertas de celebrar el Día Mundial del Ambiente. Como en toda celebración buscamos resaltar la importancia del sujeto, y también hurgamos por mensajes positivos sobre ello. Esta vez, a pesar de haber tenido un respiro y una ilusión de “cómo sería si”, tenemos que hacer un verdadero esfuerzo por pensar mejor sobre qué es lo que estamos celebrando, o si hay razones para ello.
Las cifras son poco alentadoras, y los mensajes sobre el futuro cercano son más bien confusos. Desde la última celebración hemos tenido cifras récord de deforestación, incendios devastadores y, peor aún, un incremento en las emisiones que aceleran el cambio climático. Ya estamos casi a la mitad del presente año y no hay perspectivas de mejora. Si bien se espera que para este año las emisiones de gases de efecto invernadero sean menores que lo proyectado antes de la pandemia, las razones para ello no han tenido nada que ver con un cambio de rumbo en las políticas nacionales o mundiales. Es más, los efectos de esta pandemia, a nivel nacional y mundial, se anticipa serán muy malos para el medio ambiente. El impacto económico, el oportunismo y las tendencias políticas mundiales, están creando un escenario muy poco verde. Además, en este año no ha habido –ni habrá– las esperadas cumbres ambientales, ni tendremos resoluciones o compromisos internacionales esperanzadores.
Si bien la agenda principal sigue siendo el cambio climático, la pandemia ha agregado un tema adicional, inclusive más serio e inmediato. Es el de la relación entre la salud ambiental y la humana. Estamos abriendo los ojos a que el descuido de la naturaleza puede afectar en muy poco tiempo no solo al pobre y al marginado, sino al rico y poderoso, …y de paso a toda la humanidad. ¿Será que lo que va de este terrible año despierte la conciencia mundial e individual? ¿Logrará la COVID-19 remover los conchos de la conciencia colectiva? Estamos en un “intermedio” ambiental, que más bien nos puede ayudar a ver lo que siempre ha estado en nuestras narices. ¡Quizá ahí está la señal de esperanza!
La juventud se está dando cuenta del mundo que tenemos y el que están heredando. Estamos viendo que ir un poco más despacio es bueno para todos, y que el “buen vivir” es no solo importante para nosotros mismos, sino también para la economía. La gente está pensando más en el uso de bicicletas para transportarse, y en la importancia de tener áreas verdes urbanas y de cuidar esos santuarios que son las áreas naturales protegidas. Empezamos a ver que hay mucha vida alrededor nuestro. A nivel político, se habla de un cambio de modelo económico, llamando a una “economía ecológica” y los llamados “pactos verdes”. Quizás, sí hay razones para estar esperanzados.
Pero seamos también conscientes de no descuidarnos. La ilegalidad no está en cuarentena. Debemos estar alertas a que la recuperación económica no resulte en una “flexibilización” de las normas ambientales y demos pasos atrás. No dejemos de lado el cuidado de nuestros ambientes naturales y áreas protegidas.
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