Alguna vez, para dejar correr el tiempo con un desconocido, hablábamos del clima. Era un tema seguro y opaco. Se compartía información trivial y discrepar no tenía ninguna consecuencia.
Eso cambió en diciembre del 2009, cuando la prensa mundial advirtió que en la reunión de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático (la COP 15, en Copenhague), los países no se ponían de acuerdo. La conferencia se encontraba al borde del descalabro.
A la hora nona, el presidente de los EE. UU., Barack Obama, negoció un documento que los países industrializados y petroleros aceptaron. Cuatro años después, las filtraciones de Edward Snowden demostraron que los Estados Unidos habían espiado a otros países durante la conferencia. El héroe quedó como un villano.
Con la posible excepción de Cancún (2010), las siguientes conferencias climáticas han seguido el mismo guión: se inician con optimismo exagerado (el optimismo, como es sabido, es una forma sonriente y autoinfligida de imbecilidad) y terminan con susto y a deshora, con documentos donde los temas peliagudos se postergan o diluyen, para que los recalcitrantes se dignen firmarlos. París no fue diferente. Tampoco parece diferente la COP 24, celebrada este diciembre en Katowice, Polonia, ciudad dedicada a la minería del carbón (humor polaco).
La delegación peruana, presidida por Fabiola Muñoz, ministra del Ambiente, respaldó, junto con la mayoría, un informe del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre Cambio Climático (IPCC), publicado en octubre pasado. El IPCC concluyó que si excedemos 1,5 °C de calentamiento global (hacia donde avanzamos con gran entusiasmo) el resultado será inimaginablemente apocalíptico; mientras que los efectos de un calentamiento menor solo serán atroces. Para evitarlo, “se necesitarían cambios de gran alcance y sin precedentes en todos los aspectos de la sociedad.”
En consecuencia, cada centavo que se gaste o se invierta en el Perú debe ser, desde ahora, “climáticamente inteligente”, afirmó en Katowice la ministra. Su conclusión es avalada por un estudio de Germanwatch, difundido en la conferencia, donde el Perú ocupa el quinto puesto más alto de riesgo climático.
Pero, para sorpresa de nadie, los EE. UU., Rusia, Arabia Saudita y Kuwait se aliaron para restar importancia al informe del IPCC. En infeliz sintonía, el futuro ministro brasileño del ambiente, Ricardo Salles, afirmó que los datos sobre la deforestación amazónica (uno de los procesos mejor monitoreados en el mundo) “son muy genéricos” y declinó opinar sobre la protección de este repositorio de vida y de carbono.
Hablar del clima ya no es más una cháchara inocente. Sobran los falsos ambientalistas, devotos de la civilización vanidosa y botarate que ha causado el desastre. Tantos, que las industrias emisoras de carbono participan en las conferencias climáticas con sus propias ONG. Si se encuentra con ellos, no preste atención a lo que dicen, sino a lo que hacen. (Evalúe el tamaño y el precio de sus carros). Y desconfíe de los optimistas: negar los hechos, dorar la píldora y ser diplomático respecto al cambio climático solo sirve para ocultar propósitos venales e impulsos casquivanos.
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