El 7 de diciembre de 1941, al regresar los cazas japoneses Zero a sus portaviones, luego de haber atacado la base naval de Pearl Harbor, hundido a 7 acorazados, un crucero y 3 destroyers, y cuando sus colegas oficiales comenzaban a celebrar la contundente victoria, el almirante Isoroku Yamamoto, comandante en jefe de la flota naval japonesa, permanecía apartado del grupo, con cara de preocupación. Cuando sus camaradas de armas lo invitaron a sumarse a los festejos, el almirante explicó su reacción y compartió sus pensamientos: “Me temo que hemos despertado a un gigante dormido”.
En 1939 Estados Unidos era un enano en el campo militar, tenía unas fuerzas armadas equivalentes a Rumania, un pequeño país europeo, con 334 000 hombres en el servicio militar. El ejército tenía 146 000 soldados, la marina 145 000 y la aviación 43 000 efectivos. Las unidades más numerosas del ejército eran las de caballería, y los cañones todavía eran trasladados por caballos. La única arma con cierto poderío era la marina, pues Estados Unidos había empezado a construir portaviones como su columna vertebral naval en el Pacífico y el Atlántico. Ya iniciada la guerra en Europa, la mayoría de norteamericanos, incluyendo a su clase política, querían mantenerse al margen del conflicto.
Yamamoto conocía muy bien Estados Unidos; cuando habló de gigante, con seguridad no se refería a sus fuerzas armadas. Había estudiado tres años en la prestigiosa Universidad de Harvard, y fue agregado naval en la Embajada de Washington, durante otros tres años. Pudo palpar, de primera mano, el poderío industrial de su enemigo, su capacidad productiva, su eficiencia, y potencial innovador. Este era su verdadero temor, y, ciertamente, no se equivocó.
La industria automotriz norteamericana, la más grande del mundo, produjo, en el año 1941, 3 millones de automóviles. Una vez declarada la guerra al Japón, Alemania e Italia, dejó de producirlos (solo fabricó 139 autos en los 4 años del conflicto) y se orientó a la producción de material bélico, en una transformación productiva, realizada a gran velocidad, nunca vista en la historia. Las plantas de Ford produjeron 87 000 aviones y 58 000 motores de aviación. En 1943 ensamblaban un bombardero de largo alcance B-24 cada 63 minutos. Hay que considerar que un auto Ford tenía 20 000 partes, y un bombardero tenía 1.5 millones de piezas. En total la industria norteamericana produjo, en los 4 años, 325 000 aviones, 88 000 tanques, 1 400 barcos de guerra (incluyendo submarinos), 257 000 cañones, y 2.4 millones de vehículos militares (incluyendo los famosos Jeep). Tres veces más que lo que produjeron los tres países del eje en diez años (pues se empezaron a armar con varios años de anticipación a la guerra).
Los aliados tuvieron excelentes generales como Eisenhower y Montgomery, soldados, marinos y aviadores valientes, pero también los tuvieron los países del eje. La verdadera diferencia, y el factor decisivo para la victoria, fue la poderosa industria norteamericana, el gigante que se despertó y triunfó.
Hoy día, en nuestro país, hay muchas personas que creen que la industria no es importante, que un país se puede desarrollar básicamente con la minería y exportación de materias primas; esta experiencia quizás les ayude a cambiar de opinión.
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