Desde que en los años sesenta del siglo pasado los primeros prospectivistas consensuaron en que el futuro era una construcción social, nació una gran interrogante que aún no ha sido resuelta: ¿qué fuerza mueve la construcción del futuro?
Como lugar de nacimiento de la primera Revolución Industrial, los prospectivistas ingleses tenían la respuesta en la punta de la lengua: la tecnología, que genera su propia dinámica mucho más allá de la propia voluntad y expectativa de sus inventores. Hoy todos usamos un teléfono celular, pero ¿se organizaron manifestaciones en las principales ciudades del mundo donde la gente pedía a gritos: ¡Queremos celulares, queremos celulares!? No ocurrió nada parecido siquiera. Nadie sabía lo que era un celular ni tampoco sospechaba de lo que sería capaz de ofrecernos, más allá de llamadas telefónicas no importara el lugar donde nos encontrásemos.
Sin embargo, los prospectivistas franceses e italianos, dentro de una concepción más humanista, consideraban que el futuro depende de la acción del hombre y que la propia tecnología es una creación humana. Esto nos lleva a una conclusión: en todas las circunstancias, el hombre estaría plenamente en control del desarrollo tecnológico. Lo cual tampoco es totalmente cierto.
Lo real es que la ciencia y la tecnología avanzaron prácticamente sin límites hasta 1997 cuando se anunció que un equipo de científicos escoceses había logrado clonar por primera vez un mamífero, una oveja de raza finlandesa Dorset a la cual se puso el apelativo Dolly. El impacto dentro y fuera de la comunidad científica fue tan grande que, casi inmediatamente, se levantó en todo el mundo una ola de repudio por un posible uso de la tecnología de clonación en humanos, que llevó a pronunciamientos gubernamentales como el “Cloning Prohibition Bill 1997” del presidente estadounidense Bill Clinton, así como la “Declaración Universal sobre genoma y derechos humanos” de la UNESCO. Es decir, por primera vez en la historia de la humanidad, la ciencia y la tecnología tenían límites éticos que no podían sobrepasar.
Y así se estableció de hecho una moratoria de experimentos genéticos en humanos para fines reproductivos, pues como ya nos hemos enterado ahora, tras los éxitos demostrados en la curación de enfermedades genéticas por parte de científicos del Reino Unido, China y por supuesto, Estados Unidos, los experimentos terapéuticos siguieron desarrollándose sigilosamente lejos del conocimiento público. Ello nos demuestra que la tecnología tiene una dinámica que le permite expandirse, aunque haya voces que se oponen a ella.
Estoy seguro de que usted, amigo(a) lector(a), estará preocupado(a) por el mal uso de la tecnología, porque somos conscientes de que ella tiene dos caras, una beneficiosa para la humanidad y otra que beneficia a ciertas organizaciones pero que perjudica a la gran parte de la población. Justamente, para orientar el buen uso de la tecnología requerimos poblaciones atentas, conocedoras del avance científico y tecnológico, capaces de discernir entre lo que nos conviene y lo que no, es decir, requerimos asumir procesos de control social. Como mejor ejemplo vemos cómo los productos que han salido como resultado de avances tecnológicos, como el plástico y sus derivados, hoy han convertido al suelo y a los mares en basureros, atentando contra la vida de miles de especies vivas, incluyendo a nosotros, los seres humanos.
¿Cómo podemos ejercer nuestro control social sobre la ciencia y tecnología? Haciendo prospectiva, para anticipar los posibles escenarios tecnológicos del mañana y evaluar si es el futuro que queremos para nuestras próximas generaciones. Podemos construir el mejor futuro para todos, si sabemos con la suficiente antelación, los distintos escenarios que podremos vivir y elegimos el mejor de ellos. Ese es el gran aporte de la prospectiva para la sociedad de hoy y del mañana.
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