El IPBES (Intergovernmental Science-Policy Platform on Biodiversity and Ecosystem Services) es el panel de expertos internacionales sobre biodiversidad, equivalente del GIEC para el clima. Acaba de presentar su informe sobre la pérdida rápida y sistémica de biodiversidad en el planeta otrora azul pero cada vez más negro. 132 países han adoptado en París a inicios de mayo sus conclusiones dramáticas sobre el estado de la naturaleza: 1 millón de especies de las 8 millones existentes están en peligro de extinción. 75% del medioambiente terrestre y 40% de los mares presentan “signos importantes de degradación”.
Es la confirmación científica de la “sexta extinción masiva de vida en la Tierra”. ¿La diferencia con las extinciones anteriores? Sucede hoy, es mucho más veloz, y tiene una sola causa: nosotros, que serruchamos alegremente la rama de vida que nos sostiene. El primer problema apuntado por el IPBES es la utilización de un tercio de la superficie terrestre para fines de agricultura intensiva, monocultivos petroquímicos que despueblan el campo, envenenan el ambiente, deforestan, e imponen una dieta estandarizada de comida poco saludable, con demasiadas transformaciones, químicos, carne, azúcar y grasa.
No se trata de “salvar al planeta”, como se dice ingenuamente, sino de salvarnos a nosotros de un planeta devenido inviable para todos los mamíferos, y somos mamíferos. La vida se salvará, nosotros no. Solo gracias a un “cambio transformador” dicen los expertos, nuestra humanidad podría sobrevivir, practicando una economía regenerativa, circular, inteligente, en lugar de producir cualquier cosa, de cualquier modo, tirándoles los costes a los demás para quedarse con las ganancias y llamar eso “éxito empresarial”. Ese el problema: ¿Somos conscientes que debemos cambiar? ¿Nos preparamos para la transformación? ¿La enseñamos en las escuelas de negocios? ¿La legislación la promueve? ¿Los modelos de negocios se orientan hacia la regeneración? ¿Las inversiones apuntan hacia el blanco correcto?
Según Rebecca Shaw, científica jefa del WWF, deberíamos darnos el objetivo agresivo de un 50% de la Tierra gestionada de modo sostenible hacia el 2030. Obviamente estamos muy lejos de este gran “cambio transformador”. Pero lo peor es cuando escuchamos al muy blando discurso de la “Responsabilidad Social Empresarial” (RSE) y sus miles de promotores que viven del negocio de venderles responsabilidad y ética a las empresas. Todavía, se sigue definiendo a menudo la RSE como “contribución voluntaria de la empresa a la sociedad y el medioambiente, más allá de las leyes”, o sea el gesto generoso del empresario, como quiere y cuando quiere, sin que se metan estas horribles obligaciones legales que “distorsionan” la bella armonía del libre mercado. ¡Qué cómodo, pero cuán poco eficaz!
Los defensores de la RSE rezan por un cambio de mentalidad de los consumidores (¡como si la culpa fuera nuestra!), pero se olvidan de que el consumidor está avasallado cada día por miles de propagandas de mal consumo, y muchas veces no encuentra alternativa al mal producto en las tiendas. Sin exageración alguna, preguntémonos: ¿Cuántas veces al día se nos incentiva para consumir una bebida gaseosa industrial llena de azucares y químicos, responsable de deforestación, contaminación plástica, obesidad y diabetes? Y en comparación ¿cuántas veces al día nos sugieren consumir chica morada, bebida tradicional del sabio Perú, rica en antocianinas y fitonutrientes, antioxidante natural que ayuda a fortalecer el sistema inmunológico?
Lo peor es que las empresas de gaseosas industriales reciben a menudo premios de RSE por haber llenado su informe Global Reporting Initiative o hecho un acto de caridad, al igual que los bancos que regalan canchas de futbol, pero las microempresarias que venden chicha o emoliente en la esquina (empujando su triciclo cero CO2) jamás se ven recompensadas ni entrevistadas en las lujosas revistas de RSE financiadas por… las empresas de gaseosas.
El mismo exdirector del Pacto Globlal, primer promotor de la RSE a nivel mundial, Georges Kell, lo confesaba hace unos años: la RSE es un gran movimiento, pero no es transformador todavía. Es que, para ser un movimiento transformador, la RSE debería empezar por sincerar los espantosos resultados socioambientales de la economía, las empresas confesarse co-culpables de la situación actual, las universidades cambiar radicalmente sus programas de formación profesional, y los Estados dotarse realmente de los marcos legales e incentivos que vayan en la dirección correcta de los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible. “Cuando escuchas sonar los tambores de la fiesta, no te vayas allá con palitos blandos” dice un proverbio africano.
Pues la RSE que sigue de moda es demasiado blanda como para transformar los modos de producir y consumir, porque no ataca el corazón del problema que es el modelo de negocios, los rubros de negocios, los procesos de creación de valor y la monocultura empresarial basada en el éxito financiero de cada empresa por separada y no en el éxito las alianzas territoriales interempresas. “Mitigar” los efectos colaterales de una economía insostenible no la vuelve sostenible. Es como darle una muleta a un fracturado.
Necesitamos respuestas sistémicas multiactores para problemas globales: la economía circular, por ejemplo, exige amplias alianzas entre empresas en ecoregiones, donde comparten todas informaciones sobre sus productos, desechos, innovaciones y ponen en común sus funciones como la capacitación de recursos humanos. Nada que ver con poner tachos de colores diferentes en las oficinas para fingir que somos “verdes”, cuando el municipio ni tiene sistema de segregación y reciclaje de basura.
Mientras no cambie la manera de crear negocios con la responsabilidad social en el ADN, y no en una oficina al lado de las demás (pero con menos presupuesto), no podremos decir que las empresas son socialmente responsables. Cuando lo sean, en un futuro, esperamos no muy lejano, no habrá más vendedores de gaseosas, ni bancos que financien proyectos dañinos para las personas, los trabajadores y la naturaleza. Los bancos no regalarán otra cosa que la transparencia sobre el uso de nuestro dinero en inversiones socialmente responsables, excluyendo además de sus actividades la evasión hacia paraísos fiscales y la especulación financiera. ¡No es utopía! ya existe el movimiento llamado “banca ética”, se puede averiguar en Internet quiénes son y cómo funcionan. Pero los bancos de nuestro medio que se ganan los premios RSE no siguen este modelo y los vendedores de RSE no hacen publicidad para esa banca transformada, porque viven de vender servicios de “ética y responsabilidad” a los bancos de nuestro medio.
Mientras tanto, nosotros los consumidores, seguimos demasiado desinformados y sin alternativas como para poder comprar sin dañar: casi imposible hoy día vestirse, alimentarse o comunicar sin explotar empleados maltratados, financiar la esclavitud moderna, contaminar la naturaleza, incrementar el cambio climático, desaparecer especies, deforestar, malograr su salud, etc. Si pudiéramos seguir la cadena de proveedores y materiales de los productos que compramos a diario, sin duda tendríamos pesadillas en la noche, solo de pensar en todos los químicos tóxicos que hacemos ingerir a nuestros hijos. ¡Felizmente que las publicidades nos mantienen alejados de tan sombría realidad y empujan a consumir cada día más y más, para el gran gusto del PIB! El informe mundial del IPBES ha pasado casi desapercibido en el país. Es bueno para la moral, es malo para la ética.
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