A veces sentimos que el sistema es algo muy grande para cambiarlo. Olvidamos que el sistema está formado por personas y, en la medida que nosotros cambiemos, cambiaremos el sistema.
Si queremos vivir en una sociedad ética, no podemos contribuir o permitir la normalización de los actos de corrupción en nuestra vida diaria. Los actos de corrupción no dejan de serlo porque los consideramos pequeños o poco significativos, y tampoco tienen justificación. Muchas veces actuamos como si nuestras acciones estuvieran encapsuladas y no generaran un impacto en la sociedad; es como si pensáramos que vivimos en una especie de aislamiento.
Pero una sociedad es, por definición, un conjunto de personas que se relacionan entre sí. Supone la convivencia y la actividad conjunta de sus miembros de manera organizada, quienes comparten un sentido de pertenencia. Es así, como desde la propia definición de sociedad se desprende que somos parte de un mismo sistema interdependiente y, por tanto, el bienestar común debe ser la prioridad.
No obstante, con frecuencia nos topamos con autoridades, empresarios y ciudadanos que para conseguir la mayor ganancia o beneficio posible para sí mismos dejan de lado los valores, generalmente afectando a otras personas, generando un impacto negativo para todos. Es así como la corrupción se inserta en nuestra sociedad y hoy la encontramos en casi todas partes, desde facilitar trámites hasta evitar sanciones.
Este año, el Índice de Percepción de la Corrupción de Transparencia Internacional -que evalúa 180 países-, muestra un paisaje sombrío del estado de la corrupción en el mundo. La mayoría de paises no ha registrado ningún avance en casi una década y su análisis revela que la corrupción está presente en casi todas las actuaciones contra la pandemia, desde sobornos para acceder a pruebas o tratamientos hasta la contratación de suministros. Señalan que la COVID-19 no es sólo una crisis sanitaria y económica, sino una crisis de corrupción que estamos fallando en administrar, evidenciando que la corrupción no sólo perjudica la respuesta ante la pandemia, sino que contribuye a mantener a la democracia en un constante estado de crisis.
La corrupción genera pobreza, incrementa la desigualdad y afecta la economía, y es una amenaza para las empresas y las sociedades. Reemplaza a la competencia en igualdad de oportunidades, que es la base de la democracia, determinando a los ganadores debilitando el sistema. Y, si el país o las empresas permiten un entorno en el que los actos de corrupción están normalizados, la gente incumplirá más.
Siendo un problema tan complejo, no existe sólo una alternativa de solución para mejorar la prevención y luchar contra la corrupción; sin embargo, al menos, debemos asegurar la aplicación de las normas que la sancionan, respetando la igualdad ante la ley, e incentivar que las personas y las organizaciones actúen con transparencia.
Un cambio social
Pero, lo más importante es advertir que las personas, juntas, tenemos el poder de influenciar un cambio social. Los sociólogos definen el cambio social como los cambios en la interacción entre los seres humanos que transforman las instituciones sociales y culturales.
Hay muchos comportamientos que, cuando son realizados por grupos de personas, pueden crear cambios en la sociedad, desde simples acciones hasta cambios en los estilos de vida. El cambio social puede ocurrir más lentamente, como resultado de un cambio cultural, o muy rápidamente como consecuencia, por ejemplo, de un desastre natural o el cambio en una política pública.
No obstante, el cambio social también puede provocarse. Las personas y las organizaciones podemos liderar la creación de una voluntad colectiva de cambiar. La voluntad colectiva se genera conectando a las personas con un tema determinado alineado a sus valores, para que puedan mantener un compromiso duradero de manera natural y resultar en cambios de actitud. La comunicación de boca en boca es crucial para promover un cambio colectivo, lo que puede impulsarse a través de las redes sociales, generando un ambiente que motive el cambio.
Según un estudio realizado por el “Network for Business Sutainability”, hay tres condiciones para que las personas cambien su comportamiento:
- Motivación: Las personas deben tener una razón para cambiar, deben creer que la “causa” es importante. Para ello, se requiere:
- Crear conciencia de que cambiar el comportamiento es necesario.
- Aplicar la “sabiduría de las masas”, que es cuando las personas demuestran ciertos comportamientos e inconscientemente los demás asumen que es lo correcto, repitiéndolo.
- Evidenciar las consecuencias negativas de no adoptar el comportamiento positivo.
- Incentivar el cambio, por ejemplo, haciendo público el buen comportamiento de una persona para que otras lo vean y el actor lo sienta como recompensa.
- Capacidad para cambiar: Las personas deben tener las habilidades, confianza y conocimiento requerido para cambiar.
- Oportunidad: Las personas deben tener los recursos, las relaciones y las condiciones necesarias para cambiar.
Todos somos responsables del éxito o desgaste del sistema en el que vivimos. Mahatma Gandhi, uno de los más grandes líderes políticos y espirituales del siglo XX, dijo: “sé el cambio que quieres ver en el mundo”; pues transformar nuestra sociedad comienza cambiando cada uno. Debemos hacer lo que es correcto en todas las circunstancias, sin excepción, y así generar un efecto multiplicador en nuestros hogares y grupos cercanos a través de la comunicación y, sobre todo, del ejemplo. Seguramente, al inicio sentiremos como que estamos como “nadando contra la corriente”, pero… “nadie dijo que sería fácil, sino que valdría la pena”.
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