La democracia hoy se encuentra en una transformación profunda y no sabemos lo que pasará en su futuro. Se trata de la democracia en el mundo y no solamente en nuestro país. Estos cambios significativos se dan en un contexto de cambio de paradigma del esquema de lo que algunos autores llaman el régimen constitucional mundial. El público y la ciudadanía se sienten incómodos en el estado actual y tienen muchas razones: entre ellas está la disonancia, que implica convivir y elegir entre sistemas de valores opuestos que no se inclinan a coexistir e interactuar con base en las reglas democráticas. Esta disonancia es de carácter cognoscitivo y moral, porque a diferencia de otros momentos más estables en donde la totalidad del cuerpo político acepta las reglas establecidas, hoy hay una gran polémica acerca de las reglas que la conforman, acerca de si debe ser el régimen que nos gobierne y acerca de quiénes tienen legitimidad para definir las estructuras del gobierno político.
A esta incomodidad se agrega el descontento por las promesas incumplidas que crecen a medida que las sociedades se hacen más grandes y diversas y sus problemas se hacen más complejos, y por consiguiente producen mayor ansiedad e inseguridad. Habría que agregar el círculo vicioso de la exigencia de promesas que un público expectante hace a los políticos que a su vez se esmeran en vender promesas ocultando el costo y sacrificios que significan su cumplimiento. Existe un problema de la relación entre gobernantes y gobernados, representantes y ciudadanos.
Todo esto lleva a la decepción y al desprestigio del gobierno y los gobernantes. En situaciones así reaparece el verdadero fantasma que recorre las épocas de ruptura que es el fantasma del Estado de Naturaleza ¿Es posible actuar sin mediación de ninguna autoridad institucionalizada? Se necesita formular reglas de convivencia recíprocamente aceptadas. De ahí entonces, como señala Kant, la necesidad imperativa de un régimen, por una parte, y de un imperio, por la otra (o dicho en palabras contemporáneas, el requisito vital de una Constitución y el requisito vital de un gobierno supeditado a la Constitución). Gobierno y régimen son así, dos cosas distintas pero que van juntas.
Tiempos excepcionales reclaman miradas excepcionales. Los clásicos son llamados así porque han pensado fuera de la caja, rasgando los velos que oscurecían las mentes de sus contemporáneos y abriendo caminos inesperados para el pensamiento y la acción que siguen siendo memorables. Hoy necesitamos pensar fuera de la caja, alejarnos de nuestros prejuicios, hábitos y convicciones más arraigadas con el objetivo de ver mejor lo que la realidad nos devuelve una y otra vez como incomprensión, para entender qué hay debajo de las circunstancias y cómo formular los problemas que subyacen.
Entonces, ¿cómo entender la necesidad de orden que buscamos los peruanos? Un orden integrador y no colonizador de ideas centralistas (limeñas). Un orden que maneje los ideales propios de las comunidades y facilite una comunicación asertiva que abarque cosmovisiones distintas. Un orden que salve vidas y no robe almas a punta de consumo (y mercado). Un orden que nos coloque a todos los peruanos en el centro de acción y no como contraindicación.
En medio de las circunstancias en las que nos encontramos, ser pacientes resultará un escándalo con la pandemia encima, pero velar por la democracia es nuestro deber. El voto es un acto de reflexión, pero no una reflexión estática y aislada, sino una reflexión total que implique necesidades y proyectos reales. Habría que estar atentos a lo que se viene en las siguientes semanas: la mayoría. Una mayoría que integre minorías elegirá un nuevo presidente o presidenta ¿Sabemos quién va con cuál?
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