Con mucha tribulación revisamos las listas de los candidatos al Congreso de los diversos partidos políticos tradicionales. Carlos Tubino, de Fuerza Popular refería a la prensa durante la semana que “siempre había salido por la puerta grande” y, sin embargo, al parecer tras negársele el puesto para ser candidato, renunció este domingo. A su vez se anunciaba que la lista era liderada por Martha Chavez y Diethell Columbus.
Esto supone un intento de “renovar” la reputación de un partido que ahora apenas tiene 5 % de aprobación, de acuerdo con un estudio de intención de voto del IEP. El mismo sitúa los votos viciados y blancos en un elevado 22 %. ¿No es elocuente esta cifra? Ello se complementa con un abrumador 37 % de ciudadanos que se abstienen de emitir opinión, acaso, porque ya nos hemos equivocado tanto en el pasado, con todos, de un bando y otro, siempre: a todos alcanza el descrédito.
Debemos preguntarnos qué de nuevo nos pueden ofrecer los personajes que han tenido ya en sus manos la conducción de un país en años de probada y flagrante corrupción institucional. En este sentido cabe cuestionarse si las cosas van a seguir igual que siempre en el horizonte de los mismos partidos políticos.
Algunos podrían referir que una solución sería la de tener representantes jóvenes, pero otros podrían contraponer que la falta de experiencia puede resultar sumamente cara. Por otro lado, es inusual destacar personajes políticos que no estén asociados a los partidos tradicionales que ya han defraudado por demás la confianza popular. Ello conlleva al peligroso cruce de los jóvenes que participan en partidos tradicionales, reproduciendo la función de un interés articulado y ajeno a la función política ética. Pareciera que todo nido de política estuviera mancillado en su estructura misma y el nombre particular terminara reflejando el uso general al que estamos acostumbrados.
¿Qué podemos esperar de tres semanas concretas de campaña electoral para un Congreso fugaz? Podemos anticipar con alta probabilidad que nuestro próximo Congreso estará conformado por rostros conocidos, con vínculos con la vieja política que se extiende hasta nuestra actualidad. En el largo esperar por un mañana mejor, nos vemos reconfigurando una estructura social que parece mantenerse. ¿Qué tanto podríamos contagiarnos de nuestros hermanos chilenos? Si acaso queremos mantener realmente las viejas usanzas; ¿podríamos asegurar que el presente es justo, adecuado, balanceado, y que permite la plenitud de los ciudadanos con equidad en el plano de una libertad con tolerancia y respeto? Es claro que no es así.
Carecemos de líderes presidenciables que hagan más atractiva cualquier propuesta partidaria, y, como consecuencia de la baja intención de voto, probablemente, tengamos como resultado un Congreso fragmentado. Esto puede ser positivo, si consideramos que la democracia supone el saludable acto de acordar en diversidad. No olvidemos que las últimas coaliciones políticas han resultado más de un afán por salvarse del destape de la corrupción que propiamente del sentido real de la función del servicio público.
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