El escándalo de Odebrecht y las otras empresas constructoras brasileñas en el Perú bien podrían encontrar un lugar en el libro La corrupción en el Perú (2014). Si Alfonso Quiroz aún se encontrara entre nosotros, no hay duda de que escribiría un capítulo más para analizar, contextualizar y explicar las revelaciones que ahora conocemos.
Sin embargo, y mucho antes de que los historiadores y los sociólogos se pongan a trabajar, son siempre los periodistas los que investigan y ponen en palabras aquello que el público recién empieza a conocer. Se trata de una tarea que requiere mucho valor y convicción, pues también hay grupos que se encuentran interesados en que la nueva información no circule en los medios o que, si ya fue publicada, que sea olvidada lo más pronto. Para ello se busca desautorizarlos, ridiculizarlos y hasta amenazarlos. Otra estrategia consiste en crear historias conspirativas con las que se intenta distraer el objeto de las investigaciones, como si de pronto surgiera un nuevo enemigo que hasta el momento no había sido percibido por los lectores.
Lo que aquí comentamos se ha visto claramente reflejado en lo que ha sucedido recientemente entre el expresidente Alan García y el periodista Gustavo Gorriti. Como se sabe, el director de IDL-Reporteros dirige una investigación contra el primero, lo que no ha hecho sino despertar las críticas y ataques de algunos miembros del APRA y del propio García. Pero más allá de las circunstancias, que ya se desarrollarán con mayor detalle en los próximos días, lo que ha llamado la atención es que este último acusa al periodista de pertenecer a una “mafia extranjera” que quiere acabar con su prestigio. El calificativo no es gratuito, pues el mensaje está escrito con la intención de que el público identifique a Gorriti como un judío. Esto es, como una persona que no solo no es peruana sino que no es católica (si es que entiende que el Perú es católico) y que, en conclusión, esto es suficiente como para descalificar todo su trabajo. Aquí a la acusación nacionalista se suma una acusación de carácter antisemita.
En la década de 1960, Sebastián Salazar Bondy ya señalaba que en el Perú se recurre a la tesis del nacionalismo cada vez que se cree conveniente. Si los políticos están de acuerdo con los contratos que el gobierno firma con compañías extranjeras, empezarán a decir que los bienes del país no se podrán extraer sin la ayuda de las grandes multinacionales. Pero si no están de acuerdo, son los primeros en defender los intereses nacionales. Esta última posición sirve con mayor razón si hay algún peruano relacionado con otro país. Si un ciudadano peruano tiene alguna relación con un país extranjero (sea por su religión, etnia, condición social o posición ideológica), rápidamente será acusado de estar en contra no solo de esta u otra persona sino en contra de todos los peruanos. Este argumento no deja de ser utilizado.
No es necesario decir que una comunidad que aspira a relacionarse cada vez más y mejor con otros países y culturas debe dejar de lado este tipo de nacionalismo negativo (el escritor inglés George Orwell incluye el antisemitismo dentro de este tipo de nacionalismo). Se trata de un fantasma ciego que solo aspira a crear una imagen sesgada de nosotros mismos y a un país lleno de divisiones y diferencias internas. Tampoco ayuda un momento en el que, como ahora, es necesario investigar y conocer hechos que pronto ayudarán a entender mejor los vaivenes de la historia.
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