En una reciente conferencia realizada durante la Semana de la Literatura en la Universidad de San Marcos, Mirko Lauer recordó lo difícil que fue para los poetas vanguardistas peruanos de las décadas de 1920 y 1930 escapar de la influencia cultural de España. Progresistas por definición, los jóvenes artistas querían dejar de lado el modelo de vida que provenía de este país (para ellos especialmente conservador) y dejarse guiar por urbes modernas y cosmopolitas como Londres o Nueva York. Esta actitud se debía también a que la presencia de España en el Perú todavía se hacía sentir. A comienzos del siglo XX muchos intelectuales se obstinaban con ver a Lima como “la Ciudad de los Reyes”, los arquitectos construían edificios adornados con arcos y balcones (el estilo neocolonial) y los colegios estaban dirigidos por congregaciones religiosas españolas. En otras palabras, casi no había otra opción. “Y para mala suerte de los poetas de nuestro país”, continuó Lauer, “hasta la misma vanguardia era también española”. De pronto España ya no era solo Cervantes y Quevedo sino también Federico García Lorca, Vicente Aleixandre, Luis Cernuda y Rafael Alberti. Y si alguien quería leer un libro que no fuera peruano, lo más probable es que este libro perteneciera a una editorial española. Es así que no es hasta mediados del siglo XX, después de la Segunda Guerra Mundial, que en el Perú recién empezó una etapa diferente. Es recién en estos años que empieza la hegemonía del idioma inglés y de Norteamérica, tal como la conocemos ahora.
El episodio aquí descrito forma parte de un tema mucho más amplio, pero nos acerca a los vaivenes que ha caracterizado y aún caracteriza la relación de los peruanos con la península. Los nacionalistas la condenan por los horrores de la Conquista y la Colonia y los cosmopolitas prefieren conocer la ciencia o la filosofía de otro país europeo antes que el producido por un madrileño o un sevillano. Esta actitud nos lleva a quedarnos con lo más típico y superficial y a perder la oportunidad de conocer una cultura que, como todas, ha tenido periodos oscuros y reprochables pero también momentos de claridad y lucidez. A partir de cualquier pretexto, los peruanos preferimos tener un conocimiento general y lleno de lugares comunes sobre el pasado de España antes que acercarnos crítica y respetuosamente a su historia y a su presente. No obstante, es muy probable que un acercamiento así nos dé más frutos de los esperados, pues en ese país hay más de nosotros que lo que creemos, y qué mejor oportunidad para conocerlo que saberse vinculado a él.
Este año se cumplieron los cuarenta años del regreso de España a la democracia después de la larga dictadura del general Francisco Franco. Este hecho ha sido recordado por Mario Vargas Llosa (escritor peruano y español), quien en sus columnas ha destacado el modo en que, a partir de entonces, los ciudadanos se convirtieron en vehementes defensores de los derechos naturales y la sociedad libre. Este ejemplo viene bien al Perú, quien dentro de poco celebrará el bicentenario de la Independencia. En contextos y momentos muy distintos, ambos países parecen tener el deseo común de crear sociedades más justas y equitativas. En este sentido también fueron las palabras del rey Felipe VI durante su visita oficial en noviembre último.
España no se encuentra cerca del Perú y la oportunidad de viajar para conocerla no está al alcance de la mayoría. Sin embargo, para empezar este trayecto tenemos que empezar por nosotros mismos. Así lo entendieron poetas peruanos como César Vallejo, Martín Adán y Washington Delgado, quienes para hacer crecer su propia obra buscaron en la tradición poética hispana contemporánea.
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