El 27 de marzo próximo, en la ciudad de Córdoba, Argentina, comenzará el VIII Congreso Internacional de la Lengua Española (CILE), evento organizado por el Instituto Cervantes, la Real Academia Española y la Asociación de Academias de la Lengua Española. Asistirán escritores, académicos y otros profesionales iberoamericanos –alrededor de doscientos cincuenta. Reflexionarán sobre el estado del idioma español y su proyección a futuro. La ceremonia de inauguración contará con la presencia de Mario Vargas Llosa y el poeta Marco Martos, presidente de la Academia Peruana de la Lengua, será el encargado de la mesa “Las Academias de la lengua en el siglo XXI”. A estos dos representantes peruanos también los acompañarán el reconocido lingüista Rodolfo Cerrón-Palomino, el editor Julio Villanueva Chang y rector de la Universidad Ricardo Palma, Iván Rodríguez Chávez.
Es notorio el peso cada vez mayor que en este tipo de encuentros tiene el valor económico del español, tema al que la política cultural española empezó a apuntar desde hace aproximadamente diez años. El valor económico de una lengua cobra sentido a partir de su creciente presencia como medio de comunicación internacional y a su uso cada vez mayor en las transacciones económicas, entre ellas los productos artísticos, culturales y literarios que utilizan este idioma. Es por ello que además de paneles en los que se abordará la interculturalidad y las lenguas originarias americanas se han considerado mesas en las que se desarrollarán temas como las industrias de la lengua, la competitividad del español, el turismo idiomático (o sea, viajes para aprender el español) y la relación entre lengua, tecnología y emprendimiento. Se trata aquí de una visión que apunta claramente al “poder de las palabras”, entendiendo “poder” como un bien económico. Cuando los organizadores hablan con orgullo de los quinientos millones de hispanohablantes, también hablan de quinientos millones de posibles clientes.
En recientes declaraciones realizadas durante el último Hay Festival, Mario Vargas Llosa sugirió la idea de proponer a la ciudad de Arequipa como candidata para el próximo CILE a celebrarse en el 2022. Este sería un gran logro, pues ayudaría a continuar el impulso que nuestra comunidad académica y literaria ha empezado a tener desde hace algunos años. No obstante, aún falta reforzar la participación de peruanos en encuentros internacionales como estos, pues al lado de los cinco mencionados (entre los que no se encuentra ninguna mujer) los chilenos llevarán a 12, los mexicanos a 25, España a 50 y Argentina, país anfitrión, a más de 80. Habría que preguntarnos si nos encontramos realmente preparados para responder a las demandas académicas e intelectuales o si solo se trata de buenas voluntades. Por lo pronto, nuestro país está desaprovechando un mercado que, como han descubierto los españoles y muchos otros países de la región, es más rentable de lo que parece a primera vista.
Entre las mesas del programa que más han llamado nuestra atención se encuentran los paneles que analizarán la relación entre la universidad y el idioma español, la comunicación del pensamiento científico en español y la de los derechos de autor en el siglo XXI. No obstante, cabe preguntarse por qué no se han abordado temas que hoy se encuentran en el punto más alto de la discusión, tales como la migración (el muro de EE. UU. y Venezuela) y la ola feminista más reciente (en concreto, el #MeToo). Estas dos problemáticas han dejado y están dejando huella en el uso de nuestra lengua. Otro tema que podría incluirse es el nacionalismo, de moda ahora en México y Brasil. Pero luego de lo ocurrido con Cataluña, es posible que al Instituto Cervantes y a la Real Academia no les interese tocar puertas complicadas.
El CILE es un espacio que sirve tanto para conocer nuevos horizontes sobre la lengua española como para fortalecer relaciones económicas y culturales que le pueden hacer mucho bien a las instituciones peruanas. Si en esta columna proponemos nuevos temas es porque creemos que estos encuentros pueden aprovecharse aún más si se abordan con nuevas miradas y enfoques. Todavía hacen falta decisiones más firmes para convencernos de que una lengua –un bien invisible, barato e inagotable– puede marcar un camino provechoso.
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