Ocurre en el peor momento, cuando la globalización ya viene siendo seriamente confrontada por las tendencias populistas y proteccionistas que han adquirido protagonismo en diversos países, incluyendo varios altamente desarrollados. La pandemia del Coronavirus Covid-19 agrega combustible a esas prédicas. Pero la historia no sigue un curso racional ni lineal, de modo que solo nos queda confrontarnos con el desafío de la pandemia del coronavirus Covid-19, y aprender de las lecciones que va dejándonos.
Aunque se prevé que con la llegada de la primavera en el hemisferio norte, la propagación del coronavirus Covid-19 se atenuará, el panorama actual es de gran incertidumbre. Las evidencias de estos días son nada auspiciosas y muy preocupantes, y permiten anticipar que esta pandemia motivará a los actores económicos y políticos a procurar una reformulación del modo como la globalización viene desenvolviéndose. Las razones para ello son abundantes, pero el curso de acción es poco claro. El historiador Harold James lo acaba de recordar: “Las pandemias no son meramente tragedias pasajeras de enfermedad y muerte. La omnipresencia de tales amenazas de escala masiva, y la incertidumbre y miedo que las acompañan, conducen hacia nuevas conductas y creencias. Las personas se tornan tanto más suspicaces como más crédulas. Por encima de todo, se vuelven menos deseosas de relacionarse con cualquier cosa que aparente ser extranjera o extraña”.
Además de los devastadores efectos sobre la salud, el coronavirus Covid-19 ya ha empezado a marcar una indeleble impronta sobre la economía mundial. La tercera década del nuevo milenio empezó con una frágil recuperación, luego que durante buena parte del 2019 se estuvo augurando el inicio de una recesión en la economía global. El coronavirus Covid-19 ha introducido inmensa volatilidad en los mercados bursátiles, ha interrumpido las cadenas de suministro en muchísimos rubros de la producción global que dependen del abastecimiento de China, y ha alterado súbita y radicalmente las condiciones de diversos mercados tales como los de petróleo, transporte aéreo, carga marítima, agroexportaciones, turismo y hotelería. Trillones de dólares de capitales ya se han perdido en el torbellino de altibajos en los mercados, y la sangría augura continuar. Así mismo, el miedo ante la pandemia refuerza la creciente adhesión de sectores ciudadanos a las propuestas populistas y proteccionistas, y en definitiva antiglobalizadoras, que vienen ganando sintonía en diversos países.
No es claro si China podría haber evitado la propagación del coronavirus Covid-19, y aparentemente viene siendo eficaz en contenerla. Pero la gestión autoritaria de su gobierno, las deficientes condiciones sanitarias en sus mercados y la falta de transparencia de sus autoridades han contribuido a su lenta respuesta inicial y ha intensificado su propagación.
Esta pandemia ha puesto en evidencia la excesiva dependencia de las industrias a nivel global frente a sus proveedores chinos, y ha generado en la actual crisis la desarticulación masiva de las cadenas de suministro. En evidente testimonio de lo que la globalización significa, industrias radicadas a decenas de miles de kilómetros de China están teniendo que interrumpir sus producciones debido a la falta de suministros provenientes de este país. A guisa de ejemplos: según la empresa calificadora de riesgos Fitch Ratings, los fabricantes de India y Japón dependen de proveedores de China para el suministro del 60% de sus componentes electrónicos importados; y los fabricantes de Estados Unidos importan de China aproximadamente el 50% de los mismos.
El coronavirus Covid-19 viene exponiendo con crudeza la ineficacia del modelo industrial de just-in-time (“justo a tiempo”), que consiste en mantener muy pocos insumos en almacén confiando que los proveedores los abastecerán de acuerdo con cronogramas de producción minuciosamente sincronizados. Este modelo ha venido funcionando para la satisfacción de los accionistas de las empresas importadoras, que han visto maximizadas sus utilidades a costa de negarse a reconocer los riesgos aparejados en la eventualidad de interrupciones en las cadenas de suministro, como ocurre actualmente.
Ese modelo industrial, y la excesiva dependencia respecto de proveedores de China, ya venía siendo puesto en cuestión desde el inicio de su guerra comercial con Estados Unidos, y previsiblemente muchos gobiernos y empresas introducirán cambios en el modo de organizar sus cadenas productivas. Además de la cuestión de la fluidez en las cadenas de suministro, existen sectores industriales de implicancias estratégicas y que convocan significativas sensibilidades geopolíticas, por lo cual se hacen indispensables las reformas. El Ministro de Finanzas de Francia, Bruno Le Maire, así acaba de reconocerlo: “Claramente vemos que somos demasiado dependientes en suministros de países extranjeros y China. Vamos a revisar todas nuestras cadenas de suministro industrial para determinar cómo podemos relocalizar negocios en las áreas más estratégicas, y ser soberanos e independientes”.
Pero, es importante subrayarlo, los cuestionamientos a la globalización planteados por la actual crisis del coronavirus Covid-19 trascienden las esferas económicas y comerciales. Ante todo, queda en evidencia, una vez más, y de un modo bastante personal para los siete mil millones de habitantes de nuestro Hogar Común, la crisis de gobernanza global que nos asola. Seguimos aferrados a pretender regular los complejísimos aspectos de la globalización sobre la base de estructuras de gobernanza obsoletas, o augurando que el fetiche de la autorregulación dé cara a los nuevos desafíos. De muchísimas formas, las interrelaciones forjadas en el contexto de la globalización vienen exponiendo a las personas a variados e inmensos riesgos. La crisis financiera del 2008, que condenó al desempleo y a la bancarrota a cientos de millones, el calentamiento global, y ahora la emergente pandemia del coronavirus Covid-19, vienen crecientemente moldeando la convicción que las instituciones tradicionales de la democracia son ineficaces, y que sus líderes políticos usuales no son dignos de confianza. El populismo y el proteccionismo se abren paso ante ello, proponiendo alternativas de políticas públicas tan efectistas como ineficaces.
Es necesario afirmarlo con convicción: no es que la globalización sea un fracaso, sino que se requieren de respuestas de gobernanza que regulen eficazmente a los variados actores y a los complejísimos desafíos que apareja. Ni las estructuras institucionales obsoletas, postradas reverentemente ante el altar de la soberanía estatal, ni el fetichismo de la autorregulación del mercado constituyen respuestas lúcidas y eficaces frente a los inmensos y complejos desafíos que gobernar la globalización nos impone.
El nuevo modelo de gobernanza global que las realidades contemporáneas demandan tiene que basarse en una atenuación del dogma jurídico y político de la soberanía estatal. Resulta inaceptable en estos tiempos que un Estado, en estricto ejercicio de su soberanía, cause tal devastación al resto de la comunidad global, sin que existan mecanismos colectivos de regulación, supervisión y cooperación. Nuevos marcos conceptuales están emergiendo para contestar la obsolescencia de la soberanía estatal como norma sacrosanta en las relaciones internacionales: el derecho constitucional global y el derecho administrativo global están tímidamente ganando terreno en las reflexiones académicas, pero tienen que encontrar materialización en las esferas normativas y de políticas públicas globales. A la vez que se requiere fortalecer la autoridad de organismos como la Organización Mundial de la Salud, también es indispensable propiciar alternativas de cooperación internacional más eficaces. ¡Debemos salvar a la globalización de sus propios excesos, para que sea el motor del bienestar equitativo en nuestro Hogar Común!
Comparte esta noticia