En la coyuntura política y universitaria actual creo que es apropiado señalar, por otro medio, lo que expresé en junio de este año en mi discurso de orden en una ceremonia de graduación. Inspirado en “La ética de la autenticidad” de Charles Taylor (1994) planteé que la corrupción no es solo el acto escandaloso, denunciable y susceptible de pena, sino que hay toda una dimensión diferente a la cual llamaré ahora la corrupción del sentido. Mientras de un lado tenemos la ya conocida corrupción cuya presencia llena páginas de periódicos y segmentos de noticieros a diario. Por otro lado, tenemos la corrupción del sentido, que puede pasar desapercibida.
La corrupción del sentido está presente cuando el sentido de una tarea se desfigura o se pierde. Por ejemplo, cuando el estudio se convierte en una forma de adquirir nota y no de aprender [como señala Bonano, 2007, en Procesos de subjetivación en las prácticas universitarias] y el alumno cae en valorar al profesor fácil en lugar del que lo enriquece; pasa desapercibida cuando las decisiones se toman en función de criterios económicos en desmedro de metas de desarrollo y esto lleva a la pregunta ¿Cómo hacemos más dinero? Sin importar el riesgo que corra la calidad del trabajo; pasa desapercibida cuando importan más los indicadores que las personas que supuestamente debían verse representadas en ellos, así los directores de un proyecto se desviven por cumplir las metas mientras parecen haber olvidado a las personas que debían beneficiarse de dichas metas.
Podemos entonces decir que hay corrupción del sentido cada vez que se trastocan nuestras metas y nuestros criterios de decisión. Es decir, cada vez que el sentido de una tarea es aplastado por otro.Hay muchas circunstancias que nos llevan a eso. Es fácil tener metas “elevadas” cuando hay tiempo y espacio para ello. Pero es más difícil cuando el tiempo apremia y hay que tomar decisiones importantes. Por eso, solo en los momentos difíciles es donde la calidad ética de los sujetos se pone a prueba.
En Psicología sabemos muy bien que el sujeto no es perfecto, que el sujeto flaquea, le falla a los otros y se falla a sí mismo;se arrepiente, trata de enmendar y aun así vuelve a fallar. No se trata de la invocación a una ética intachable, pues eso no es humano. Se trata de estar alertas desde las pequeñas trasgresiones pues el riesgo es que un día podríamos mirar atrás y lo que parecía, en algún momento, una trasgresión leve, haya trastocado el sentido de la experiencia por completo y no podamos identificar en qué momento fue que se cruzó la línea. Como señalaba Bandura (Moral disengagement in the perpetration of inhumanities, 1999) la mayoría de las grandes transgresiones no son actos impulsivos de mentes perversas sino decisiones meditadas y tomadas deliberadamente, pero a veces sin conciencia de sus consecuencias.
Comparte esta noticia