El Perú es un país de mediano nivel de ingresos, según el Banco Mundial, y en el camino hacia convertirse en un país de altos ingresos se requiere del crecimiento de nuestra economía, por lo menos a una tasa del cinco por ciento anual durante los próximos diez años, lo que implica un crecimiento de la inversión privada en la minería, la actividad forestal, la acuicultura y otros sectores en los cuales el Perú posee ventajas competitivas. Adicionalmente, se requiere de una mejora significativa de la infraestructura. Las recientes publicaciones del Plan Nacional de Competitividad y Productividad y del Plan Nacional de Infraestructura para la Competitividad están precisamente orientadas hacia el logro de un crecimiento sostenido de la economía peruana.
Asimismo, es destacable que los objetivos no sean solo productivos, sino que se incluya un conjunto de objetivos sociales que permitirían, manteniendo los equilibrios macroeconómicos, la consecución de equilibrios sociales que contribuirían a un desarrollo más inclusivo y estable del Perú. Cuando el crecimiento económico favorece a mayores porcentajes de la población, se vuelve más aceptado y sostenible.
Sobre esto, recuerdo que en 1990, a fines del primer gobierno de Alan García, cuando era editor de la revista Gestión antes de su conversión en diario, tuve la oportunidad de entrevistar a uno de los grandes teóricos del estructuralismo económico latinoamericano, Oswaldo Sunkel, autor, junto con Pedro Paz, de uno de los libros más leídos en las escuelas de economía de América Latina de los 70 y 80 del siglo pasado, El subdesarrollo latinoamericano y la teoría del desarrollo, publicado por primera vez en 1973. Su tesis principal era que “desarrollo y subdesarrollo son estructuras parciales pero interdependientes, que conforman un sistema único en el cual la estructura desarrollada (centros) es dominante y la subdesarrollada (periferia) dependiente”, y se descuidaba la importancia de los equilibrios macroeconómicos y de la inserción en el mundo. Sin embargo, a principios de los 90, Sunkel se mostró más abierto a otras posiciones, y en aquella posterior entrevista me comentó que así como los estructuralistas latinoamericanos habían reflexionado sobre la necesidad de mantener los equilibrios macroeconómicos, los economistas ortodoxos deberían reflexionar sobre la necesidad de mantener los equilibrios sociales.
Algunos años después, ya en el presente siglo, Jeffrey Sachs, economista de la Universidad de Harvard, planteaba la hipótesis, en su libro El fin de la pobreza, de que el logro del desarrollo requiere del abandono de la planificación central y de la autarquía autoimpuesta. Sachs consideraba que no es que unos países se aprovecharon de otros, sino que aquellos que obtuvieron mejores resultados económicos aprovecharon los mercados globales, mientras que los demás países los ignoraron; claramente, los que resultaron beneficiados fueron los que se integraron al mundo. Por lo tanto, más que la hipótesis de centro y periferia de la Comisión Económica para América Latina (CEPAL), de la cual Oswaldo Sunkel fue uno de sus principales exponentes, había que analizar la forma en que países como el Perú se debían integrar al mundo para romper la trampa de los países de ingresos medios y convertirse en un país de altos ingresos de acuerdo con los estándares del Banco Mundial.
Un tercer libro, que es necesario revisar para generar políticas de largo plazo con el objetivo de un Perú desarrollado, es el de Acemoglu y Robinson, profesores de MIT y de Harvard, Por qué fracasan los países, con muchas menciones sobre el Perú y sus políticas económicas fallidas. Para estos autores, se requiere construir instituciones económicas y políticas inclusivas. Si bien en ambos casos nuestro país presenta avances, aún falta camino por recorrer. En el lado económico, se deben aprobar leyes antimonopolio modernas que eviten el comportamiento perverso en algunos sectores con alta concentración que van contra el consumidor, de forma conjunta con normas claras sobre la protección a la propiedad privada. Hay que trabajar con los incentivos que hacen que las personas generen progreso.
Por el lado político, si bien nuestro sistema es democrático representativo, es necesario establecer mecanismos que permitan que los electores puedan cambiar a aquellas autoridades que finalmente trabajan para sí mismas más que para la generación de sistemas inclusivos. Quizá una de las medidas principales sea la renovación por tercios o mitades del Congreso a mediados del período presidencial, de forma tal que sirva tanto de control para el Poder Ejecutivo como para el Poder Legislativo. Aquel que no haga su trabajo perderá apoyo en el Parlamento con la renovación de parte del mismo.
El Perú ha avanzado significativamente en los últimos veintinueve años; sin embargo, si se quiere lograr el tan ansiado desarrollo, no hay que olvidar la necesidad de un crecimiento económico con el mantenimiento de los equilibrios básicos, implementando paralelamente políticas que permitan un país más inclusivo, con equilibrios sociales. Solamente así se logrará romper la trampa de los países de ingreso medio donde hoy se encuentra el Perú.
Comparte esta noticia