En un mundo deseable, el color de piel, género o etnicidad no debería determinar tu futuro, tu acceso a educación ni tu visibilidad en el mercado laboral. Sin embargo, estamos lejos de poder cerrar estas brechas y la pandemia no ha hecho sino exacerbar estas diferencias, afectando de manera muy diferente la situación económica de las clases sociales en el mundo. El legado de la esclavitud, racismo y segregación racial ha construido una cadena de eslabones pesados que detiene el desarrollo humano que venimos arrastrando hasta el día de hoy. Una de las causas que, a través de las décadas, más ha agrandado el crecimiento ensimismado y taciturno de esta brecha es la inequidad en la distribución de ingresos en los países y la desigualdad salarial, siendo esta incluso aún mayor si la clasificamos por género.
Y si bien es cierto, es una tarea de la sociedad solucionar estos problemas, es uno de los temas en los que las empresas con sentido de responsabilidad social buscan tomar acción. Sin embargo, una de las preocupaciones que ha venido deteniendo a las empresas de invertir en estos proyectos ha sido la rentabilidad y la percepción que los accionistas y stakeholders tengan de optar por estos proyectos frente a otros más redituables a corto plazo. En la última década, las 100 compañías más grandes de Estados Unidos han destinado, conjuntamente, 3.3 billones de dólares a la igualdad racial, un monto que aunque es grande, sigue siendo pequeño para combatir tal colosal desafío.
Sin embargo, un cambio en el paradigma durante los últimos años viene transformando la mentalidad de las empresas que se avocaban a producir valor para sus stakeholders a través de ganancias. Entre ellas, uno de los sectores con peor imagen ha sido el bancario, el cual no ha logrado demostrar buenas intenciones que no se interpongan con los intereses propios. Sin embargo, hace unos días, el banco JPMorgan Chase pisó fuerte en el propósito y anunció invertir 30 billones de dólares en los próximos cinco años para cerrar esta brecha racial, la inversión más grande, equivalente a diez veces lo que se ha invertido en el mundo hasta ahora en la última década. El banco, más que una decisión de inversión, hace una declaración que pocos se han atrevido a hacer: la responsabilidad social no es una obligación, sino un compromiso, una estrategia y un pacto necesario para avanzar en resolver los problemas de nuestra sociedad.
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