El bullying o acoso escolar ha existido siempre. Lo más probable es que en nuestra época escolar hayamos visto cómo algunos compañeros fueron violentados, o tal vez, a alguno nos tocó ser víctima, o en el otro extremo, estar en el papel del agresor. Sin embargo, recién el estudio a profundidad de este fenómeno social se dio a principios de la década del setenta. Quiero compartir en este artículo lo más relevante en torno a este fenómeno social y que nos puede servir no solo como análisis, sino también como motivador para tomar acciones concretas al respecto.
Hablamos de acoso escolar para referirnos a cualquier forma de maltrato (físico, verbal, psicológico, sexual, etc.) entre escolares, que suele ser deliberado, planificado, persistente y reiterado a lo largo de un tiempo determinado. La víctima no sabe defenderse por sí misma. Detrás de este comportamiento de acoso hay por lo general abuso de poder y el deseo de intimidar y dominar. Suele estar acompañado con silencio, indiferencia o complicidad de otros.
Hay acosos más evidentes y otros más sutiles. Dentro de los más evidentes está el hostigamiento (falta de respeto, ridiculización de la víctima, menosprecio), y la intimidación y las amenazas. Otras formas más sutiles de acoso son el bloqueo social (se busca el aislamiento social y se manifiesta en prohibiciones de jugar en un grupo, de hablar o comunicarse con otros), la exclusión social (al tratar a la víctima como si no existiera, como si fuera un fantasma que nadie ve), la manipulación (se busca distorsionar la imagen de la víctima, envenenando a otros en su contra, presentando una imagen negativa, criticando todo lo que hace o no hace, dice o no dice), y la coacción (se obliga a la víctima a hacer cosas que no desea, buscando someterla). Por último, la tecnología ha traído la modalidad del Cyberbullying o Ciberacoso, la cual se da a través del uso de información electrónica y medios de comunicación tales como correo electrónico, redes sociales, blogs, mensajería instantánea, mensajes de texto, teléfonos celulares, y websites (se emplean estos medios para difamar, burlarse, insultar y/o amenazar a un individuo o grupo).
Todas estas formas de acoso se dan tanto en varones como en mujeres; sin embargo, se ha encontrado que entre los varones se suele dar de manera más frontal y directa; por lo que es más fácil identificarlo, mientras que en las mujeres puede ser más difícil identificar el acoso, ya que por lo general no es muy manifiesto. Las mujeres no se comportan igual con la víctima en todos los espacios: pueden mentir, o calumniar a otras personas, haciéndolas quedar mal o provocando que se quede sin amigos (as); propagan rumores (chismes) y manipulan las relaciones, por lo que suele ser más sutil.
Hagamos ahora un análisis de los participantes en el acoso escolar, ya que nos permitirá entender mejor la dinámica de este fenómeno social.
La víctima
Por lo general la víctima no sabe defenderse. Es importante considerar que la conducta de víctima adopta muchas formas. La víctima tradicional suele ser pasiva, sumisa e indefensa. Pero también hay la víctima provocadora, cuyo actuar ocasiona que la molesten, y que incluso puede fastidiar también a los compañeros. Hay que identificar las características propias de la víctima para encaminar la intervención y el tipo de apoyo que necesita. Una víctima pasiva requerirá un entrenamiento en habilidades sociales y refuerzo de su autoestima. En el caso de la víctima provocadora, adicionalmente a lo ya mencionado, hay que enseñarle a regularse y a ser prudente, dado que muchas de sus conductas generan reacciones en los demás que suelen ser más fuertes y desproporcionadas de las que la víctima inició.
Las secuelas del acoso en la víctima son variadas: miedo, tristeza, nerviosismo, insomnio, pesadillas, depresión, temor de ir a la escuela, soledad, irritabilidad, baja autoestima, falta de apetito, desmotivación, dificultad para concentrarse, ansiedad, indefensión, bajo rendimiento escolar, soledad, apatía, indefensión, entre otros.
Urge por tanto seguir trabajando en empoderar a los niños y que aprendan a defender sus derechos de manera asertiva. Asimismo, desarrollar sus habilidades sociales para que sepan desenvolverse y tener una red de apoyo en amigos.
Y aquí viene una reflexión para nosotros los adultos: ¿cómo reparamos el daño psicológico que causa el acoso?, ¿somos realmente comprensivos con las víctimas, con lo que están viviendo?, ¿o relativizamos lo que están sintiendo pensando que son cosas de niños y ya pasará? Nada más falso, el bullying puede dejar secuelas imborrables de por vida, y en algunos casos ha llevado al suicidio de la víctima.
El agresor(a)
El agresor(a) suele caracterizarse por ser impulsivo y por tener una necesidad imperiosa de dominar a los otros. Tienen poca empatía. Hace daño muchas veces sin justificación alguna y puede sentir inclusive una sensación de satisfacción al acosar.
Rigby y Slee realizaron una encuesta en centros de primaria y secundaria para descubrir cómo se sentían los alumnos cuando acosaban a otros. Un tercio de los chicos y aproximadamente un cuarto de las chicas creían que así impedían que los acosaran a ellos.
Las razones por las que se produce el acoso son muchas y complejas. El acosador(a) puede: haber sido acosado antes, actuar de este modo por obtener beneficios, padecer una confusión en cuanto a sus ideas de liderazgo, estar buscando amor y atención, encontrarse solo e inseguro, tener una vida familiar negativa, tener unas competencias sociales e interpersonales limitadas, en especial no haber desarrollado la empatía o padecer algún tipo de trastorno psicológico.
Por tanto, para poder ayudarlo es importante preguntarnos primero qué hay detrás de su comportamiento, ¿qué pasa por la mente y los sentimientos de este chico o chica?, ¿no estará buscando amor y atención?, ¿qué tan inseguro se siente en el fondo? ¿qué vive en su familia?, ¿cómo lo rescatamos? Recordar que aún está en formación y aún hay cosas que se pueden hacer para ayudarlo(a).
Los seguidores o secuaces:
Suele ser un grupo pequeño (de dos o tres alumnos) que simpatizan con el agresor(a). Si bien no toman la iniciativa, participan de las intimidaciones.
¿Por qué este grupo pequeño simpatiza y participa de las intimidaciones?, ¿inseguridad? ¿afán muchas veces por ampliar su popularidad?
Las investigaciones han encontrado que suelen ser alumnos inseguros y ansiosos y que toman fuerzas y obtienen prestigio al estar del lado del agresor(a).
Los observadores
Con respecto a los observadores (conocidos también como testigos), se ha encontrado que suelen guardar silencio o ser indiferentes. En la investigación realizada por Slee se encontró que el 25.4% de los observadores pasivos encuestados no denuncia los episodios por miedo a las represalias, el 28,3% creía que no tenía nada que ver con eso; el 30,9% pensaba que era el profesor quien debía pararlo, el 6,0 % creía que debían detenerlos otros alumnos, y el 8,9% pensaba que el acosado tenía que solucionarlo por su cuenta.
Hay que tener en cuenta que el papel de los observadores es fundamental para la prevención del acoso. Las actitudes y postura del grupo de compañeros tienen una influencia poderosa en el resultado del incidente. La mayoría de la población escolar entra en la categoría de observador pasivo. Por tanto, si podemos capacitar a la mayoría para que forme parte de la solución y no del problema, podemos crear un entorno escolar más seguro y acogedor para todos los alumnos.
¿Qué hacer para prevenir el bullying?
Desde la escuela: los centros educativos tienen que adoptar un enfoque global para influir positivamente en el ambiente escolar, propiciando un clima de respeto entre compañeros. Toda escuela debe contar con un plan de prevención del acoso escolar, donde se tiene que incluir objetivos y actividades a corto plazo y mediano plazo, que estén relacionadas con objetivos a largo plazo y que incluyan a toda la comunidad educativa (alumnos, docentes, administrativos y padres de familia).
Desde el hogar: es importante estar alertas al comportamiento de nuestros hijos. Escuchar y ser receptivos cuando desde la escuela se nos señala aquello que les preocupa de ellos. Como madres y padres debemos brindarles la oportunidad de desarrollar sus habilidades sociales, reforzar su autoestima, no minimizar lo que les pasa, acompañarlos y orientarlos, y saber intervenir oportunamente coordinando con la escuela las acciones a tomar en caso nuestro hijo(a) se encuentre en una situación de bullying como cualquiera de los actores (víctima, agresor, secuaces u observadores). Es importante buscar ayuda profesional si el caso lo amerita y vemos cambios drásticos en el comportamiento de nuestros hijos(as).
Desde la sociedad: evitar expresiones de violencia como forma de resolver los problemas. Lamentablemente los niños y jóvenes viven inmersos en una sociedad con modelos inadecuados que se muestran a través de los medios de comunicación, y en su vida cotidiana (basta con salir al tráfico y vivenciar las muestras de no respeto entre las personas).
Quiero cerrar este artículo con algunas preguntas para la reflexión: como adultos, ¿qué tan atentos estamos?, ¿desde dónde nos toca estar, estamos haciendo algo para frenar este fenómeno social? Detengamos el bullying y cualquier forma de comportamiento agresivo entre escolares. Enseñémosles desde pequeños a convivir en armonía, a respetarse y a aceptar las diferencias.
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