El 2019 terminó con una cifra récord de feminicidios en el Perú: ¡164 víctimas! El machismo no solo está enquistado en todas las dimensiones de las relaciones interpersonales (1), sino que lleva millones de años formateándonos como personas y culturas (2). La resistencia solo es el primer paso de un largo proceso por el que el macho aprenderá a ceder su hegemonía. Ahora bien, acoso, violaciones, maltratos y asesinatos de mujeres requieren una mirada que no sea solo legal; la complejidad (1 y 2) exige una aproximación: psicológica, biológica, etológica; entre otras, en suma, las ciencias humanas y sociales son indispensables.
Se ha dado un primer paso: la resistencia; y con ella adviene la toma conciencia que hace visible la monstruosidad. En ese sentido, es posible que no hayan aumentado los casos de violencia contra la mujer; sino el número de denuncias contra esa realidad que ya dejó de aceptarse como normal. El agresor ya no “pasa piola” y si no siente vergüenza, la sociedad se encargará de hacérsela sentir y es ahí, precisamente, en donde todos participamos en la solución: tenemos la responsabilidad de crear un ecosistema en el que ejercer violencia contra la mujer genere repulsión, en el que no exista más tolerancia ni justificación. Así, el macho alfa a la cabeza de una sociedad creada a su imagen se experimentará acorralado. Nadie tendrá lástima por él, sus actos no serán “entendidos” y la acción inmediata será educarlo y tendrá que aceptarlo si quiere formar parte de una vida en sociedad.
Hay que reconocer que no la tenemos fácil. Nuestras relaciones interpersonales están coloreadas por el machismo: el humor, el deporte, la vida de casa, el enamorarse, el salón de clases, el modo de conducir un vehículo; todas las formas de interactuar. De un lado, no se debe ceder a las estratagemas del maltrato machista; pero, del otro, hay que evitar el extremo enfermizo en el que cualquier acto o palabra se interpreta como violencia. Hay que evitar que la razonable rabia nos impida confrontar con otras personas nuestros sentimientos para evitar el subjetivismo.
A fuerza de repetirnos un mensaje a lo largo de miles de millones de años, algunos de nuestros genes deben haberse quedado pegados de un estilo abusivo. Esto no será nunca una real justificación. Solo trato de explicarme por qué el macho se niega a salir de su prepotencia y por qué la misma mujer cede tantas veces. Esto me recuerda un lúcido aserto de Schopenhauer que seguro reproduzco imperfectamente porque lo hago de memoria: una y la misma cosa son el verdugo y la víctima. El verdugo se equivoca porque cree no participar de la pena; la víctima se equivoca porque cree no participar de la culpa. Frase incómoda, pero revela que el “desformateo” requiere más que buena voluntad. El “desformateo” es responsabilidad de la educación. Hay que insistir en una formación familiar, escolar y universitaria que libere a las nuevas generaciones de las taras de ayer y lograr que el macho se reconcilie con su propia dimensión femenina.
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