Hollywood tiene versiones diabólicas espectaculares. Su éxito mercantil descansa en un invencible pensamiento mágico que deberíamos poner en cuestión. Ahora bien, aunque todas las religiones hacen referencia a espíritus malignos, la teología judeo-cristiana ha constituido una figura de excepción ya que, en esta tradición, Satán (o el Diablo) es el príncipe o la cabeza del mal. Ahora bien, aunque en el Antiguo y en el Nuevo testamentos aparecen muchas referencias a esta figura perversa, no se puede decir que haya una explicación sistemática que incluya una reflexión sobre el origen y la permanencia de Satán en la historia. Figura antipática cuya construcción personal es puramente pedagógica y no debe tomarse en su sentido literal, su presencia en nuestra vida cotidiana está en estricta relación con las decisiones por las que optamos ser o no ser humanos. Por decirlo de algún modo, son nuestras decisiones las que le dan vida.
En las Escrituras, Satán es el adversario por excelencia de la humanidad y de Dios y no solo, o no tanto, porque nos hace cometer acciones atroces, sino sobre todo porque mina la confianza en la vida, la fe en Dios, la fe de Dios que actúa en nosotros. Me explico. Las acciones son nuestras y atribuirlas al Diablo como causa no hace más que mostrar un pensamiento mágico-religioso. Sin embargo, la acción por excelencia de Satán consiste en sembrar en nosotros la duda, induce a perder confianza en (el Dios que te ha regalado) la vida.
Por ejemplo, esos siete jóvenes que violaron a una señorita con esquizofrenia, que la embarazaron, que la grabaron, que se burlaron y que extorsionaron a sus familiares reunieron todas las piezas para, finalmente, socavar la confianza en Dios, es decir la fe en el sentido de la vida de la víctima, de sus familiares y de los que observamos con pavor esta crueldad. Su acción alcanza y destruye la confianza de una vida que se ofrece a todos como un valor inalienable. Satán no es el subterfugio para justificar la bestialidad, es la consecuencia de nuestra barbarie: matar la vida al anular la confianza.
Cuando dejamos de mirar el futuro con esperanza y con dinamismo, Satán sonríe; ha logrado su cometido. Cuando mis espacios y mis tiempos están llenos de preocupación, Satán ha conquistado, nos ha colonizado, se ha metido en lo que nos pertenece. Y por supuesto en el presente caso de aquellos siete desgraciados habría que pensar ¿por qué devuelven a la sociedad esa atrocidad? ¿Por qué valoran tan poco no solo a una pobre víctima, sino a una sociedad que repite que “eso no se hace”? En suma, ¿por qué se han dejado poseer por el mal? Y habrá que hablar de su entorno y de los suyos que transmitieron la misma visión de una vida que no tiene sentido, que no vale la pena y que hay que destruirla cuanto antes. Lo que representa Satán hará todo lo posible por persuadirnos de que la vida carece de sentido.
Y lo dicho se puede aclarar con más ejemplos. Perdemos la confianza en la política cuando los políticos mienten o roban; perdemos la confianza en el ser humano cuando este hace atrocidades; perdemos confianza en la Iglesia cuando tarda en atender a las víctimas o cuando saca ventajas de su posición. En el fondo, si no nos tomamos el tiempo para meditar en nuestras acciones, ellas pueden convertirse en un mensaje desesperanzador, en un mensaje que se olvida que la vida es un don que tiene que correr el riesgo de la esperanza.
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