La ilustración (S. XVIII) fue un movimiento intelectual amplísimo, que resulta difícil definirlo en breves líneas y condensarlo conceptualmente en pocas frases. Pues no hubo una ilustración, si no varias tramas simultáneas que se desarrollaron según el medio geográfico, el ecosistema cultural y la situación política previa a su aparición. Así, podemos identificar una ilustración escocesa, germana, francesa, rusa, hispana e, incluso, latinoamericana. También, reconocer los diversos intereses que motivaron a los intelectuales ilustrados. Por ejemplo, algunos divulgaron el conocimiento científico y tecnológico de su tiempo. Otros, ejercieron influencia política sobre los gobernantes de aquella centuria. Igualmente, hubo quienes atacaron la autoridad religiosa e hicieron proselitismo anticlerical y antirreligioso. Y, junto todo ello, nos encontramos con pensadores que escribieron tratados de filosofía, según las distintas disciplinas de la época. Por todas estas razones (y otras), resulta infructuoso definir a la ilustración de forma sucinta. Sin embargo, si es posible asumir un cierto “espíritu” común a Las Luces, una suerte de hálito atmosférico, quizás actitudinal, que la identifica frente a otros procesos intelectuales.
Los pensadores ilustrados concibieron a la razón como crítica y práctica. Es decir, la reflexión racional sobre la naturaleza y la sociedad no debía quedarse solo en un plano contemplativo o teórico. Más bien debía orientarse hacia la transformación social, cuestionando las instituciones políticas, culturales y las prácticas sociales que obstruían la libertad natural y el progreso humano. En efecto, el proyecto de la ilustración se entiende en la medida que la razón crítica objeta las injusticias, ineficacias e infamias del orden existente y postula una situación probable, que se aspira a que sea mejor. Pero no se trata de un mero cuestionar infantil e irracional, desprovisto de base. La razón crítica del Iluminismo se sostiene sobre un vasto programa de conocimientos científicos, que nos ofrece una constante imagen nueva del mundo. De ahí que Ilustración y ciencia fueran de la mano.
Es evidente que un movimiento intelectual de tal magnitud tuvo recepciones muy variadas según el ecosistema social, político y cultural. Asimismo, es claro las ideas de los filósofos de Las Luces ha estado y estará bajo el escrutinio crítico de los pensadores de los siguientes periodos. El cuestionamiento radical a su pensamiento es algo que muchos de ellos hubieran asumido de buen grado, pues la razón crítica se alimenta de crítica. Y esta, en última instancia, nos permite identificar los enormes errores que cometemos como personas, instituciones y comunidades.
¿Son Las Luces un proyecto intelectual concluido o inacabado? Es evidente que varias de las ideas de los pensadores ilustrados podrían parecer, para algunos, superadas o inadmisibles en nuestros días. Más allá de estas perspectivas discutibles, el espíritu de las Luces permanece abierto. Pues las nuevas supersticiones, los prejuicios actuales y las hodiernas dogmáticas, siguen amenazando el libre pensar y la autonomía interior. Las supersticiones, los prejuicios y los dogmas de esta época, se encuentran camuflados en las prácticas tecnoidolátricas, en la aceptación acrítica y genuflexa de los mandatos tecnocráticos, en el analfabetismo funcional que una inmensa mayoría de personas padece y en ideas pseudocientíficas que no resisten un mayor examen de cuestionamiento.
En el año en el que conmemoramos el nacimiento de Adam Smith y del Barón de Holbach (dos importantes pensadores ilustrados), y a meses de los trescientos años del natalicio de Immanuel Kant, es importante recordar el espíritu de Las Luces y tenerlo presente ante las nuevas realidades que se están formando en nuestra época, muchas de las cuales ponen en peligro a la frágil y limitada libertad.
Comparte esta noticia