Más allá de los temas, cada libro que visitamos por medio de la lectura nos abre una puerta a algún mundo, ya sea uno conocido u otro por conocer. Este mundo, formado por palabras, unidas unas a otras en una cadena de sentidos, nos permite averiguar cuánto sabíamos de un asunto o cuánto ignorábamos. Y si estamos habituados desde la niñez a este ejercicio, no nos resulta tedioso. Por el contrario, nos parece estimulante y gratificante. Pues experimentamos que, tras cada frase, tras cada párrafo leído, nuestra mente empieza a generar asociaciones con otras ideas, con otros hechos, y se produce un hecho mayúsculo: entramos al umbral del conocimiento y, desde ahí, logramos el poderoso acto de la comprensión.
El suceso de leer con frecuencia y diciplina nos conduce a otro ejercicio: la escritura. Con la escritura, le damos forma organizada a nuestro pensamiento. Es decir, aquello que se presenta como un torrente de ideas, sensaciones, emociones, intuiciones, etc., logra por medio del acto de escribir, un nivel concreción y síntesis que le da mayor claridad a los que buscamos expresar. Además, porque en la escritura logramos superar la fugacidad de la manifestación oral, más expuesta a los avatares contextuales y a las tensiones del momento. La escritura logra hacer algo más duradero aquello que se diluye con el fenómeno físico del sonido. Cómo será de fundamental la escritura, que gracias a ella una parte importante del acervo musical y teatral de la humanidad puede ser reinterpretado siglos después de su creación, logrando salvarse de su finitud. Pues estas artes son prácticas en el tiempo que duran mientras transcurren.
Mientras más amplia y seguida sea nuestra lectura, mayor será el bagaje de palabras que podemos incorporar al uso cotidiano de nuestra habla y escritura. Este acopio silencioso, nos ofrece una enorme oportunidad de aprender a comunicar con mayor eficacia aquello que buscamos expresar. Lo que se presenta como caótico en las pulsaciones emocionales, logra tener algo más de sentido con el uso de la palabra exacta, utilizada en el momento preciso.
¿Qué leer?, nos preguntan con frecuencia nuestros alumnos y alumnas. La respuesta no es sencilla. Porque tiene que ver con la constitución interna de cada persona. Quizás, habría que empezar por aquello que nos resulta interesante y relevante. Y desde ese “puerto”, iniciar una travesía y otra, por los diversos confines del mundo de la lectura. Tomando en cuenta que en cada lugar al que arribemos por medio de ella, se nos presentarán realidades diferentes y similares.
Leer es viajar por el tiempo y el espacio, por tiempos y espacios multiversos. De ahí que, como todo buen viaje, se precisa de una bitácora de la travesía; un registro de los puertos a los que llegamos. De pronto, la escritura es esa bitácora del viaje, que nos permite reconocer la asombrosa aventura del conocimiento humano y todo lo que implica. Leer y escribir, eso dos grandes logros de la civilización humana que debemos preservar a toda costa.
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