
Entre otras cosas, la ciencia nos enseña a admitir hechos incómodos que nos obliga a confrontar ciertos conocimientos que desafían nuestras convicciones preexistentes. Sin duda es un proceso de aprendizaje maduro, que nos enseña a soportar la tensión que genera el saber objetivo sobre lo que creemos desde la emoción moral y psicológica. Profundicemos en este punto.
Esta década es un tiempo particularmente recio. La pandemia global, la guerra de la OTAN contra Rusia en Ucrania, la hegemonía creciente de la IA en las relaciones sociales y productivas, la crisis posiblemente terminal de la cosmópolis liberal y la disrupción afirmativa del nacional conservadurismo en diversos países, entre otros procesos, han sacudido de golpe a quienes creían que las realidades sociales y políticas se iban a mantener inalterables por un tiempo indefinido, y que el mundo debería ser tal como sus convicciones creen.
Hace más un siglo, en 1917, Max Weber (1864-1920), pronunció la célebre conferencia “La ciencia como vocación”, ante los alumnos de la Universidad de Múnich. En dicha circunstancia, el célebre científico alemán, exploró la naturaleza y el sentido del trabajo científico en el mundo moderno. Weber argumentó que, a diferencia del arte, la ciencia está intrínsecamente ligada al progreso y, por lo tanto, destinada a evolucionar. Consciente de la desilusión moderna por la ciencia, señaló que ella ya no podría ser considerada como un camino hacia la verdad absoluta o la felicidad. En ese sentido, Weber subrayó la importancia de que los científicos acepten los hechos, incluso aquellos que desafían sus propias creencias, y reconozcan las limitaciones de la ciencia para responder a las preguntas más fundamentales sobre la vida. La ciencia no puede ocupar el lugar de la religión. Así de simple.
La vocación científica, lejos de cualquier idealización, parte por aceptar con dureza el mundo de los hechos y procesos más allá de lo que se sienta o crea. Weber señaló que la ciencia y la técnica conducen a una racionalización intelectual de la realidad tangible, lo que significa que se cree que todo puede ser dominado mediante el cálculo y la previsión, eliminando lo mágico del mundo. Sin embargo, esto no necesariamente implica un mayor conocimiento global de las condiciones de vida. La visión científica nos hace caer en la cuenta de que las ilusiones de encontrar en la ciencia el camino hacia el "verdadero ser", el "arte verdadero", el "verdadero Dios" o la "felicidad verdadera" se han desvanecido, porque no es de suyo de la ciencia ser portadora de un sentido existencial para el ser humano. La razón de ser de la ciencia no es el encantamiento del mundo si no por el contrario el desencantamiento de este.
Si bien es cierto la ciencia no puede sustituir la experiencia religiosa, si puede ofrecer una imagen menos ilusoria del mundo. Al reducir la subjetividad a través de varios mecanismos, como la adopción de la lógica y la metodología contrastable, la ciencia nos conduce a la aceptación de hechos y procesos complejos, a rechazar de implicaciones religiosas en el mundo social y a reducir las convicciones en la política, a partir del cálculo de responsabilidad. En ese sentido, el saber científico muestra la pluralidad de valores que se encuentran en el mundo humano. De ahí que Weber describiera la lucha constante entre diferentes valores y perspectivas del mundo. La ciencia no puede decidir entre estos valores, pero puede ayudar a las personas a comprender las implicaciones de elegir uno sobre otro. Ahí se deduce un punto central de los aportes weberianos: el mundo humano es como es y gracias al saber científico podemos reconocer realidad procesual y objetiva del mundo. La decisión moral, individual o social, se toma a partir del reconocimiento de la realidad. ¿Podemos mejorar? Si, sin duda. Pero pisando tierra.
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