Hace veinte años, Ronald Reagan (1911-2004), cuadragésimo presidente de los Estados Unidos, falleció. Su llegada al poder en 1980, junto a la Margaret Thatcher en Inglaterra, fue el inicio de la llamada “revolución neoconservadora” anglosajona, la misma que tuvo y tiene grandes repercusiones a lo largo del mundo, que condujeron al final de la “guerra fría” y al surgimiento de un “Nuevo Orden Mundial”, cuyos efectos siguen presentes.
Cuando Reagan triunfo en 1980, sorprendió a muchos. Pocos creían que un discurso político ultraconservador podría tener eco en los Estados Unidos, sobre todo después de la extendida revolución contracultural de fines de los años sesenta y comienzos de los setenta. Sin duda, las transformaciones sociales habían calado hondo en un grupo de la sociedad norteamericana. Pero no en todos. Pues una importante porción de estadounidenses no se sentía representado por aquel “progresismo contracultural”.
Así, el discurso Reagan, se asentó en ese grupo al que denominó “mayoría silenciosa”, y se convirtió en su voz. En el contexto de la crisis del estado de bienestar, el candidato republicano propuso el retorno a los valores fundacionales de los Estados Unidos: responsabilidad individual en la esfera económica y moral práctica sustentada en la ética protestante. De este modo, Reagan y sus estrategas, lograron convertir el discurso conservador (anti progresista) en una posibilidad de renovación popular.
La campaña de Reagan se asentó sobre una agenda religiosa de motivaciones políticas, convocando a las poderosas iglesias evangélicas norteamericanas para llevar a cabo una cruzada contra el comunismo ateo (encarnado en el “imperio del mal”, la URSS) y contra el “liberalismo social” de los demócratas. Sobre ciertas premisas fundamentalistas, planteo la necesidad de restablecer las relaciones entre religión y sociedad, sabiendo que la “mayoría silenciosa” era contraria a la secularización de la cultura y a las diversidades de distinto fin.
Asimismo, apoyado por diversos grupos de poder empresarial, Reagan centró su campaña contra la burocracia estatal y el “exceso de intervencionismo gubernamental” en la economía y en la sociedad. “El estado no es la solución a nuestros problemas. El estado es el mayor problema”, fue la sentencia que utilizó en innumerables ocasiones durante su campaña y quedó que grabada en su alocución presidencial el día de su juramento.
Sin embargo, no hay que olvidar que su apuesta por un estado mínimo se asentaba ideológicamente en diversas vertientes del neoconservadurismo y del paleoliberalismo, y sus autores más conocidos, como Novak, Berger, Bell, Fukuyama, Nozick, etc.
Lejos del discurso académico e ilustrado, Reagan movió los sentimientos pro patria, pro familia y pro propiedad de millones de norteamericanos; aquellos que no se motivan por grandes transformaciones culturales y, más bien, prefieren orden y seguridad a fin de acceder a los beneficios que el capitalismo ofrece. Por esta retórica aparentemente simplista, pero enormemente eficaz, Reagan fue juzgado como un líder limitado por sus opositores, quienes se burlaban de él por su sonora ignorancia en muchos temas. Sin embargo, venció. Y, en 1984, fue reelecto.
Una de las cosas que enseñó la campaña norteamericana de 1980 es que no hay que dejar por sentado que las transformaciones culturales, bastante publicitadas, son aceptadas por todos. Y que el supuesto monopolio de la corrección política, socioliberal y secular, genera simpatías en toda la sociedad. Hay muchas personas que anhelan un orden estructurado desde la seguridad familiar, religiosa y patriótica.
El triunfo de Ronald Reagan demostró que, bajo determinadas circunstancias, el progresismo pacifista “hippie” y las diversas contraculturas eran parte del pasado y que, como todo lo humano, estaban sometidas a la tiranía del tiempo. Por ello, si es preciso brindar alternativas políticas, es importante conocer las acciones humanas y las ideas que las inspiran.
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