Es increíble que después de cincuenta años de la reforma agraria hay quienes consideran que no debió darse, que lesionó derechos a la propiedad de los hacendados y que ocasionó más daños que beneficios. No comparto tales opiniones, las luchas de miles de hombres y mujeres del campo eran incontenibles y la reforma no podía esperar más. Junto con las tierras, había otra demanda latente y era la educación para sus hijos e hijas. Era discrecional que los hacendados consientan que en “sus predios” se imparta educación para los niños y niñas indígenas, y en vista que no era ningún negocio sino la posibilidad que estos niños y niñas se conviertan en generaciones educadas que puedan disputar su poder, fueron muy pocos los que construyeron escuelas precarias y destinaron maestros.
Es necesario recordar que el mismo día, 24 de junio de 1969, que se decreta el inicio de la reforma agraria, se publica el decreto ley N° 17717, estableciendo la gratuidad de la enseñanza para los niveles primaria, secundaria, técnica y formación magisterial en todo el país, asimismo establece la distribución gratuita de textos y útiles escolares en las escuelas primarias. Se eliminaba el decreto supremo 006-69 de marzo del mismo año que penalizaba con pago de 100 soles a los estudiantes de secundaria, técnica y magisterial que repitiesen un curso. Si ya era difícil para los jóvenes indígenas acceder a la secundaria era más difícil mantenerse invicto, por eso las protestas se dieron en todo el país, pero con mayor intensidad en Huanta, en donde los “sinchis” (escuadrón policial) reprimieron brutalmente con un saldo de veinte muertos, entre padres, madres y estudiantes, y cientos de heridos, según las cifras oficiales. Otras fuentes reportan más de 100 muertos.
Tras las protestas, el gobierno militar retrocede en parte y decreta la gratuidad de la enseñanza, pudiéndola perder aquellos estudiantes que al terminar su año de estudio resulten desaprobrados en dos o más asignaturas o no alcancen el porcentaje de asistencia requerido. La “Gesta de Huanta” es un hito simbólico en la historia de la educación, conmemoramos las vidas que contribuyeron a la gratuidad de la educación y si bien, la educación no es 100 % gratuita, hoy es posible para la mayoría de los niños, niñas y jóvenes en los tres niveles básicos. Para no olvidar este acontecimiento, el maestro Ricardo Dolorier Urbano (1969) inmortalizó esta gesta con la emblemática canción Flor de Retama que en su estrofa menos difundida dice: “Los ojos de pueblo tienen hermosos sueños, sueñan el trigo en las eras, el viento por las laderas y en cada niño una estrella”.
Rindamos el justo homenaje a los muertos de nuestra educación y a los vivos que la hacen posible cada día, en especial a las maestras y maestros que laboran en los bosques y comunidades de altura, educando a nuestros niños, niñas y jóvenes, para que sean libres, capaces de decir lo que piensan y sienten, capaces de defender sus derechos y decidir en sus destinos.
Comparte esta noticia