De pequeño, quienes eran «los adultos» para mí en aquella época repetían un latiguillo refranesco: «Borrón y cuenta nueva». Era una frase mágica, que evocaba la posibilidad de desaparecer lo ya hecho, lo ya actuado, lo ya impreso en una realidad pasada. Todas y todos, se sigue, podíamos prescindir del análisis circunstanciado y diligente de nuestra historia para continuar, como con camisa nueva, con el porvenir. Disponer de esta capacidad para, en stricto sensu, anular hechos del pasado, tal como si nos abocáramos a eliminar un párrafo de Word con la tecla «Suprimir», era cuando menos mítico.
Pero esta frase, si bien con algunos cambios para acercarla a los modismos de la época, se sigue colando o cerniendo en el común vivir de las personas. Es hábito canónico, en la actualidad, leer publicaciones en redes sociales que invitan a pausar nuestro discurrir para «escribir una nueva historia». Con precisión, si intento recordar cuál es la frase exacta que utilizan las y los influencers, me inclinaría por «Siempre estás a tiempo de escribir una nueva historia». Es tan quiméricamente bella esta sentencia que atrae un gran número de seguidoras y seguidores, quienes sienten el alivio manso que únicamente la fantasía y la irrealidad es capaz de otorgarnos.
Digo esto teniendo la certeza de que es una imposibilidad borrar el pasado ad libitum, a nuestro gusto. Aunque la realidad no sea un blanco manco que retiene en su superficie inscripciones nigérrimas para dar cuenta de cada uno de nuestros actos y de los sucesos ya vividos, nuestro cerebro sí es una especie de habitáculo que almacena recuerdos en sus vertientes neurobiológicas (en sus sinapsis). El pasado, entonces, sí se inscribe en nuestro cerebro en forma de recuerdos, representaciones de la realidad que van mutando conforme pasa el tiempo. Lo experimentado, sobre todo si de situaciones con gran carga emocional se trata, obtiene un lugarcito en ese órgano.
Y estar conscientes de que cometemos un grave error si creemos —remarco la palabra «creencia», porque de eso se trata, no de lo que sucede en realidad— que podemos «pasar la página» sin ninguna consecuencia es importante por dos razones. En primer lugar, nuestra historia no se va a gasificar ni volatilizar, es decir, no va a ir a ningún lado. Va a quedarse en nuestro cerebro produciendo emociones, manteniendo patrones tóxicos (por ejemplo, volver a enamorarnos de arquetipos similares, de personas con los mismos rasgos). Que no queramos ver nuestro pasado no lo elimina; solo perpetua todas las secuelas desagradables de su existencia. En segundo lugar, pretender que lo acontecido pierde substancia si lo negamos desaprovecha una de las razones más significativas por las que existen los recuerdos: su utilidad. El cerebro es una máquina biológica que obtiene información y, en este sentido, aprendizajes de nuestros errores y de las situaciones difíciles por las que hemos atravesado. Sin ello, nos convertimos en potenciales repetidores de patrones tóxicos, de comportamientos nocivos.
Ese es el lado oscuro de las frases «Borrón y cuenta nueva», «Siempre estás a tiempo de escribir una nueva historia» y otras relacionadas. La historia, una vez guionizada y puesta en escena, es incapaz de perder existencia. Ni podemos abolirla ni podemos reescribir una nueva. Y eso es maravilloso. La misma historia que desestimamos, si la trabajamos y elaboramos en terapia psicológica, nos sirve tanto a nosotras y nosotros como a nuestro cerebro para rehacer y refundir patrones de pensamiento, emoción y comportamiento. Aunque concuerdo con ustedes en que sería mejor que muchos fragmentos de algunas historias pudiesen ser erradicados de la vida por el daño que han causado, debo insistir en que eso no es una posibilidad y que ver esos recuerdos a la cara es lo único que podrá salvarnos de ellos mismos y de nosotros.
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