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El vínculo con nuestras mascotas

El vínculo con nuestras mascotas puede ser tan o más fuerte que la relación que mantenemos con las personas de nuestro entorno.

Puedo decir que, de niño, tuve varias mascotas: todos perros. Aunque muchos de ellos no vivieron realmente conmigo, yo los consideraba como parte importante de mi vida. El primero que recuerdo —porque mis abuelos me cuentan que, de bebé, ya jugaba con un perro pekinés tan noble que, frente a mis reiteradas persecuciones mientras aprendía a gatear, solo me lamía la mano en señal de resignada comprensión— se llamaba Rocky, nombre genérico de la época para los perros en Perú. Era de una raza parecida a los pastores alemanes, pero de un tamaño promedio. Fue adoptado por mi tía y mi abuela una noche que llegó con pulgas, garrapatas y signos de fuerte deshidratación. Desde ese día, y aunque yo no lo crie ni lo cuidé (yo vivía en otra casa), se convirtió también en mi mascota, a quien iba a visitar todos los fines de semana religiosamente. Yo, un niño con asma que cargaba su inhalador como una especie de segunda piel, jugaba con él en plena tierra hasta quedar completamente exhausto y plenamente sucio. Mi abuela se asombraba de mi nueva resiliencia física que ya no requería de broncodilatadores para correr como un maratonista y reptar como si perteneciera a un grupo de élite de las Fuerzas Armadas.

Un par de años pasaron hasta que Rocky murió: lo envenenaron con «bocado» y los síntomas aparecieron cuando la sustancia ya había hecho que su cuerpo traspasara el umbral de la muerte. Nada se pudo hacer. Yo me enteré unos días después cuando mi tía estuvo en la casa de mis padres y pude sentir un sordo dolor en la zona torácica, como una especie de vacío muy hondo que crecía y se ramificaba hacia la garganta hasta anidar. Era, sin saberlo, el mismo dolor que conocí cuando mi nana se fue sin previo aviso. Solo me eché en la cama —en el colchón superior de la litera, donde nunca había querido dormir, porque, si todo había cambiado, quería hacer de ello un manifiesto— y me quedé inmóvil, observando, por primera vez, la pared.

"Para algunas personas, los vínculos que han forjado con sus mascotas pueden ser tan o más fuertes que el resto de los vínculos con sus seres queridos". | Fuente: Freeimages

Esta historia es mi historia y la historia de muchas personas que han tenido mascotas: desde una especie de fase de enamoramiento hasta el inaplazable duelo, todas y todos hemos pasado y pasaremos sin lugar a dudas por las mismas etapas que se describen cuando se habla de vínculos entre seres humanos. Porque, para el cerebro, no existe una auténtica diferencia entre el vínculo que establecemos con nuestros amigos y la relación que gestamos con nuestras mascotas: son los mismos químicos y las mismas redes neurales las que se ponen en funcionamiento. Las hormonas del amor (la oxitocina y la vasopresina) y los neurotransmisores del placer y el bienestar (la dopamina y la serotonina, respectivamente) son los mismos en una relación o en otra. Lo único que cambia es el valor que le otorgamos a cada vínculo luego de una evaluación completamente subjetiva, esto es, que lo que significa cada vínculo va a depender, no de si es una relación persona-persona o persona-animal, sino de la importancia que cada uno le otorga. Esto quiere decir que, para algunas personas, los vínculos que han forjado con sus mascotas pueden ser tan o más fuertes que el resto de los vínculos con sus seres queridos.

Por esta razón, la pérdida o el fallecimiento de una mascota supone, sí o sí, un duelo, es decir, un proceso de dolor intenso que cada persona va a atravesar con los recursos que disponga. De hecho, como en todo duelo, quien esté equipado con estrategias de afrontamiento va a transitar mejor este periodo, periodo que puede representarse por un espectro de reacciones y comportamientos que van desde la aceptación y el posible inicio de un nuevo vínculo con otra mascota hasta el duelo prolongado que requiere de psicoterapia (en el centro de este espectro, se ubican quienes, para no volver a sufrir, «deciden» no volver a tener una nueva mascota). En mi caso, el duelo duró un par de semanas y pude volver a establecer vínculos con otros perros y gatos hasta hoy. Pero he observado situaciones en las que el duelo se hace notablemente largo y es ahí cuando se debe permitir la intervención de una o un especialista de la salud mental.

NOTA: “Ni el Grupo RPP, ni sus directores, accionistas, representantes legales, gerentes y/o empleados serán responsables bajo ninguna circunstancia por las declaraciones, comentarios u opiniones vertidas en la presente columna, siendo el único responsable el autor de la misma.
Sebastián Velásquez Munayco

Sebastián Velásquez Munayco Psicólogo clínico

Autor publicado por UPC Editorial y Cerebrum Ediciones. Actual editor y escritor científico de libros y revistas digitales de Cerebrum Latam. Colaborador en el Manual de Publicaciones de la American Psychological Association (Editorial Manual Moderno). Docente principal de Cerebrum Latam.

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