La pandemia ha sido una borrasca para todas las generaciones. Desde las niñas y los niños hasta los adultos mayores han visto sus rutinas trastocadas por el riesgo a contagiarse de un virus inesperado. Los adultos pasaron del trabajo presencial al home office y las niñas y los niños a la escolaridad virtual. Esto generó una contracción de los estímulos sociales: de la amplia gama y diversidad que se halla en los espacios públicos, como las oficinas o los colegios, a la reducida versión que encontramos en los hogares. Y aquí es donde surge un posible efecto nocivo para un grupo de niñas y niños, porque mientras los adultos poseen un cerebro en completa formación —me refiero a las bases, puesto que este órgano nunca deja de cambiar—, las niñas y los niños están en aquella etapa del ciclo vital que es la cimiente para el crecimiento y el desarrollo de las neuronas y de sus conexiones, células nerviosas que requieren de los estímulos del entorno para fortalecerse y unirse entre ellas, o separarse y morir. En tal sentido, en un año escolar habitual, la gran cantidad de estímulos sociales —recordemos que cada niña o niño posee recursos de socialización distintos— permite que desarrollen las estructuras cerebrales necesarias para interactuar con los demás. Sin embargo, en un año de pandemia y cuarentenas, estos estímulos únicamente se circunscriben al ambiente familiar, cuyo bagaje social está limitado al número de miembros constituyentes. Esto quiere decir que el desarrollo de las habilidades sociales podría estarse afectando por la coyuntura que atravesamos. Con todo, es poco probable que nos demos cuenta de este impacto si nuestras niñas y nuestros niños permanecen en casa; distinta será la situación —más evidente diría yo— cuando vuelvan a las clases presenciales.
¿Cuál será el efecto social del regreso a clases presenciales en las niñas y los niños?
Generalmente, dado que los fenómenos psicológicos están determinados por el interjuego entre genética y ambiente, un cambio puede generar diferentes escenarios. En este caso particular, el regreso a clases presenciales puede suscitar dos. En el primer escenario, nos encontramos con un resultado positivo: gracias a que el cerebro es plástico y maleable (aún más en la infancia), las niñas y los niños van a poder adquirir de forma rápida los códigos y los comportamientos sociales y prosociales que, quizás, no pudieron aprender de modo efectivo durante el periodo de confinamiento. En el segundo escenario, no obstante, aquellas niñas y aquellos niños que presentaban dificultades para entablar dinámicas sociales con sus pares antes de la pandemia, podrían ver reducido su nivel de autoeficacia si perciben que no son lo suficientemente hábiles para interactuar como sí lo son sus demás compañeras y compañeros —la autoeficacia es la percepción y evaluación de nuestro propio desempeño y capacidad—. Si es que esto llegase a suceder, les costaría aún más aprender a desenvolverse con otras niñas y otros niños.
¿Qué pueden hacer los padres para ayudar a sus hijas e hijos?
Lo primero que deben saber los padres es que el ritmo de desarrollo de cada persona es único, por lo que forzar aprendizajes solo origina frustración y una disminución en la autoeficacia de sus hijas e hijos —demás está decir que los juicios y los calificativos negativos están prohibidos en cualquier situación—. Esta base es el sostén de toda intervención parental. Desde ahí, pueden impulsar o motivar a sus hijas e hijos para que ingresen a comunidades, grupos o clubes con intereses afines, tanto dentro como fuera del colegio para que puedan ir aprendiendo habilidades sociales en entornos más naturales y con pares que posean las mismas pasiones. También, pueden conversar con los profesores y los profesionales de psicología del centro para que eviten generar situaciones de socialización forzadas que menoscaben aún más las capacidades de las niñas y los niños, y para que redirijan sus estrategias hacia el progreso paulatino y gradual de esta competencia. Es necesario, sin embargo, realizar la siguiente salvedad: si el desarrollo de las habilidades sociales presenta mucho detrimento, los padres deben considerar, además de todo lo sugerido, el inicio de un proceso terapéutico para sus hijas e hijos.
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