Tener miedo a que nos roben o asalten es esperable. En el Perú, una de cada tres personas ha sido víctima de algún hecho delictivo, según el INEI (Encuesta Nacional de Programas Estratégicos). Es una de las proporciones más altas en América Latina y eso debería ser suficiente susto.
Pero en el Perú, ese miedo parece ser desproporcional. De cada diez personas, ocho piensan que serán víctima de la delincuencia en los siguientes doce meses. Nuevamente, esto nos pone en la región latinoamericana como el país con más victimización y más miedo al crimen.
¿A qué se debe ese temor tan acentuado en el Perú? Un reciente estudio*, en el que estuve involucrado, presenta algunas respuestas relevantes. Comento un par de resultados que guardan relación con un hecho elemental: hay más miedo en quienes ya fueron víctimas de la delincuencia.
Uno de los hallazgos más importantes es que no toda forma de victimización eleva el miedo al crimen en la misma proporción. Es más, hay una jerarquía clara. Hay más probabilidad de pensar que hay una futura victimización si la persona ya fue víctima de algún delito contra el cuerpo, específicamente maltrato físico de parte de alguien del hogar y agresiones sexuales.
Por supuesto, estamos hablando básicamente de mujeres. Al ser ellas víctimas más frecuentes de estos hechos, su percepción de tranquilidad se reduce fuertemente. Como es (lamentablemente) natural, piensan que podrán ser nuevamente víctimas del mismo hecho. Pero sucede que el temor por ser objeto de otros delitos en general también aumenta. Es un miedo que se desplaza en forma no racional (por ejemplo, ser víctima de agresiones sexuales no debería aumentar la probabilidad de robo de cartera), lo que genera un costo muy fuerte para la vida diaria de las mujeres.
Pongamos lo anterior en plan comparativo. El incremento en el temor al crimen es menos fuerte cuando la persona fue víctima de algún hecho delictivo cometido con arma. Es decir, la probabilidad de tener miedo al crimen igual aumenta cuando nos robaron con un cuchillo o pistola, pero ese aumento es menos fuerte que cuando el delito fueron agresiones físicas de parte de alguien en el hogar o si la persona fue objeto de agresiones sexuales.
Nuestro termómetro de miedo también se eleva cuando alguien en nuestro hogar fue víctima de algún delito. La lógica parece ser simple. Si le pasó a alguien en mi hogar, me puede pasar a mí. Esto sucede pese a que las personas en la misma casa suelen tener rutinas, rutas y horarios de movilidad distintos. Pero entre todos los efectos acá comentados, este es el menor de todos.
Esta jerarquía de efectos sobre el temor al delito nos habla de algo más. El temor al delito es objetivo, pero también subjetivo. Se construye tanto en base a miedos reales (cognitivos) como en base a reacciones emocionales.
Me detengo en este último punto. Debido a que el miedo al crimen está basado en lo emocional, no es difícil estimularlo mediante dichos no confirmados, noticias rojas o discursos políticos tendenciosos.
Estamos convencidos que el Perú es un país muy peligroso. Y en eso, hay una carga real, pero también una subjetiva muy fuerte. Por eso es que mucha gente no cree que el porcentaje de víctimas de la delincuencia cayó en forma sostenida hasta el 2018. Simplemente, parece contraintuitivo en un país donde siempre conoceremos un caso (el del amigo, la tía, etc.) para desacreditar una tendencia nacional.
La mayor dificultad es de las entidades encargadas de luchar contra el crimen. Los delincuentes tienen rostro y son identificables. El miedo, no. Y nuestras políticas lo han subestimado. El Plan Nacional de Seguridad Ciudadana no lo aborda más que como un resultado esperado colateral.
* Hernández, Wilson; Dammert, Lucía & Kanashiro, Lilian (2020). Fear of crime examined through diversity of crime, social inequalities, and social capital: An empirical evaluation in Peru. Australian & New Zealand Journal of Criminology.
https://journals.sagepub.com/doi/10.1177/0004865820954466
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