A propósito del centenario del nacimiento de la escritora dublinesa, comentamos su libro más célebre, ganador del Booker Prize en 1978. El legado de la autora recoge más de 30 libros entre ficción, poesía y filosofía.
Cuando Iris Murdoch —escritora y filósofa, nacida en Dublín, Irlanda, un 15 de julio de 1919— era joven, escribió en una de sus cartas que un día dejaría de leer tantos libros (“leo demasiado”, confesó). Sin embargo, apenas un instante después, dudó: “¿Y qué hacer? ¿Escribirlos? Dios me libre”.
Se trata de una ironía que pasaría desapercibida de no ser porque ya desde entonces Murdoch escribía febrilmente, como asegura su amigo A. N. Wilson, con una entrega que la llevó a publicar 26 novelas, 5 ensayos de filosofía, 6 obras de teatro, un libro de relatos cortos y 2 poemarios, uno de ellos editado en 1997 cuando ya padecía de Alzheimer.
Criada en el seno de una familia irlandesa atípica —su padre era presbiteriano y su madre anglicana—, Murdoch tuvo acceso a una educación progresista desde temprana edad. Aunque le gustaba resaltar sus orígenes en las entrevistas que concedió, lo cierto es que se formó “a la inglesa” y llegó a realizar sus estudios universitarios en Oxford.
Durante su último año en pregrado, según cuenta su biógrafo Peter Conradi, Murdoch ya daba muestras de su brillantez y espíritu rebelde: traducía a Sófocles, llenaba de elogios a la Unión Soviética (ella misma confesó que había militado como comunista durante una entrevista a The Paris Review) y sostenía comunicación con el poeta y ensayista británico W. H. Auden. Sus años en Oxford fueron, para ella, “la edad dorada”.
Al graduarse en 1942, sin embargo, renunció al Partido Comunista (alegó haber conocido "cuán fuerte y cuán feo" era el marxismo en su forma organizada) y para 1944, con la Segunda Guerra Mundial en su punto más álgido, se unió a la Asociación de las Naciones Unidas para el Socorro y la Rehabilitación, lo cual la llevó a recorrer distintos países de Europa y le permitió conocer a escritores como Jean Paul Sartre y Raymond Queneau.
Según el escritor John Updike, este periplo amplió las fronteras creativas e intelectuales de Murdoch y la inclinó hacia una perspectiva más cosmopolita. Pero al término del viaje, la autora padeció un “tiempo de desolación” por no verse aceptada en los círculos académicos de su época. Un periodo que concluyó tras conseguir un trabajo en el St. Anne College de Oxford, en 1948, que estableció como su “base de operaciones” tanto en el plano profesional como imaginativo.
Desde allí publicó ensayos de filosofía (incluido uno dedicado a la obra de Jean Paul Sartre) y en 1954 hizo su debut como escritora con la novela “Bajo la red”. Dos años después, a los 37 años, su vida daría otro vuelco al casarse con John Bailey, también escritor y crítico literario, quien estuvo junto a ella durante 45 años y la cuidó desde 1955, año en que el Alzheimer comenzó a causarle estragos, hasta sus últimos días.
“EL MAR, EL MAR”
Hasta 1978, Iris Murdoch ya había publicado 18 novelas. Su trayectoria prolífica no solo era respetada, sino también aplaudida por una crítica que a menudo solía llamarla “la mujer más brillante del Reino Unido”. Aquel año, lo coronó con el Booker Prize, uno de los premios más prestigiosos en habla inglesa, gracias al que suele considerarse como el más memorable de sus libros: “El mar, el mar”.
Murdoch solía planificar sus libros al dedillo (“Pienso que es importante realizar un plan detallado antes de escribir la primera oración”, dijo en una entrevista a The Paris Review) y “El mar, el mar” no es la excepción a esa regla, pues parte de una lectura atenta de “La tempestad” de William Shakespeare, un autor del que fue una devota lectora.
Para Murdoch, la literatura era un vehículo de ideas, pero también una exploración de las pasiones. De allí que el eje de la trama de “El mar, el mar” se centre en Charles Arrowby, un director de teatro cuyo retiro de las tablas lo ha llevado lejos de Londres hasta una casa ubicada en la costa de un pueblo británico, que él bautiza como Shruff End.
Arrowby, narrador de esta historia, busca emprender la escritura de su autobiografía, pero se ve interrumpido por las sombras de su pasado, a saber: amantes contrariadas, amigos inciertos, un hijo putativo, un enemigo enfermo de celos y el encuentro con un amor de su adolescencia que se resiste a revivir un romance tardío.
Los recursos de Murdoch para introducirnos en la megalomaníaca voz de su narrador son deudores de los escritores del siglo XIX y, en ese sentido, ella es una autora conservadora. Pero la fuerza de su escritura radica en aquello que Harold Bloom, fallecido el pasado 14 de octubre, señaló en su libro “Genios”: “¿Acaso hay algún novelista inglés vivo que posea la exuberancia y el impulso de contar que tiene Murdoch?”.
Ese es, precisamente, el componente más seductor de esta novela: Charles Arrowby no escatima en decirlo todo sobre sí mismo, con el mar como telón de fondo y geografía emocional. Desde sus especulaciones más descabelladas hasta su sibaritismo más superficial, su drama encuentra densidad en una prosa con arrebatos líricos que da vida a diálogos deslumbrantes, pasajes de humor negro, desencuentros filosóficos sobre el amor y los celos, y una teatralidad de raíz shakesperiana en la aparición del resto de personajes.
No le faltaba razón al escritor Rodrigo Fresán cuando escribió que “El mar, el mar” era considerada por los especialistas en la literatura murdochiana como “una de las cumbres, tal vez la más alta, de la escritora nacida en Dublín en 1919 y fallecida en Oxford en 1999”. Y es que esta es una novela luminosa, escrita desde el despojamiento emocional, cuyo mayor prodigio resulta de haber asimilado a Shakespeare sin anular su propio espíritu.
Después de todo, la inventiva de Iris Murdoch parece formada por una inteligencia de primer orden, aquella que el escritor norteamericano F. S. Fitzgerald definió como “la capacidad de retener dos ideas opuestas en la mente al mismo tiempo y seguir conservando la capacidad de funcionar”.
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