Escrito por Leda M. Pérez, Investigadora del Centro de Investigación de la Universidad del Pacífico (CIUP)
Hace poco escribí una crítica sobre el filme “Roma” notando que este ha suscitado más comentarios sobre el amor entre el niño y su nana, y menos acerca de la permanencia del estatus quo del trabajo del hogar y del rol que juegan mujeres históricamente marginadas en ello. Pero debo conceder que su director, Alfonso Cuarón, evidencia los desafíos de una sociedad diversa y compleja: el machismo, el racismo, el clasismo, el autoritarismo y la contradicción permanente entre la familia que dice querer a la persona que emplea, pero no le cede un espacio en la misma mesa; que no la trata como igual. Está todo ahí para verlo. Pero verlo depende del espectador.
Así me siento acerca del Día Internacional de la Mujer. Cuántas veces escuchamos “¡felicidades en tu día!” Pero esta no es una ocasión para celebrar, sino para recordar que aún tenemos camino por andar; luchas a ganar.
Consideremos tres desafíos pendientes. Primero, lograr una igualdad entre los géneros, no solo conceptual, sino en la práctica. Segundo, –como parte de lo primero– cerrar la brecha salarial entre hombres y mujeres. Y, por último, evitar la desigualdad entre las mujeres.
Así como otras colegas feministas, soy suspicaz con la idea de igualdad entre hombres y mujeres. Pese a creer que somos iguales, hasta ahora el precio por esta “igualdad” ha sido muy alto.
Respecto del segundo, la brecha salarial existe no solo en el Perú, sino a nivel mundial porque a las mujeres se les sigue asignando los roles tradicionales de madres y de cuidadoras del hogar. El problema es que a esta labor se le atribuye poco valor, mientras que lo productivo sigue viéndose como lo que sucede en el mercado. Aquellas mujeres madres que toman su licencia de maternidad o no trabajan las mismas horas que los hombres por priorizar tareas vinculadas a la crianza, pierden “productividad” y reciben “castigo” en el mercado. En cambio, los hombres padres no sufren penalidad, pues –en el modelo tradicional– ellos no se ocupan directamente de criar hijos.
Un estudio publicado sobre Dinamarca (Kleven, Landais y Egholt Sogaard 2018), muestra que, en este país “paritario avanzado”, tan pronto las mujeres tienen hijos, la brecha salarial de género aumenta. Es decir, aunque se apliquen mejores políticas públicas o corporativas, si en el espacio privado, en el hogar y en la familia, se sigue aceptando que el rol obligado de la mujer es la de cuidadora o gerente exclusiva del hogar, nada cambiará. Los hallazgos de otro trabajo en Estados Unidos (1977-2016) –a publicarse en Journal of Gender & Society– delegan esta misma carga exclusiva a las mujeres en un cuarto de la población encuestada.
Por último, –y lo que alimenta mi escepticismo acerca de igualdad entre hombres y mujeres– es que hoy el precio a pagar por ese espejismo es la explotación de otras. Es decir, si no cambiamos los actuales roles de género asignados por la sociedad para que algunas nos eduquemos, salgamos a trabajar y seamos económicamente independientes, otra mujer tendrá que sufrir la invisibilización, marginación, y desvalorización del trabajo doméstico, y ella será siempre una mujer con menos recursos. Mi propia investigación sugiere que esto no ocurre solo entre mujeres burgueses y las trabajadoras del hogar que ellas emplean, sino que es una cuestión de vida o muerte para mujeres de bajos recursos, que necesitan la ayuda de alguien para que puedan trabajar fuera de sus casas. Esa otra es una mujer, frecuentemente una adolescente y –en demasiados casos– una niña.
Mi pedido en este Día Internacional de la Mujer es que aseguremos que las condiciones de libertad para algunas no dependan de la marginación de otras. Así, como en la película “Roma”, los hechos están ahí para que los veamos. Solo tenemos que mirar.
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