El empecinamiento de Luis Barranzuela en el cargo atenta contra el sentido común y no hace sino agravar la polarización y la desconfianza.
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Nuestro país atraviesa una difícil etapa de conflictos sociales que afectan a centros de producción minera y petrolera, así como a valles en los que aumenta la superficie dedicada al cultivo de la coca. Al mismo tiempo el marco político sigue estando marcado por la polarización en espera del voto de confianza solicitado por el gabinete de Mirtha Vásquez. En estas condiciones, la crisis abierta por la negativa a renunciar del ministro del Interior no hace sino profundizar la sensación de desgobierno y de intereses ocultos que predominarían sobre los intereses del Estado. La primera ministra ha dicho que las explicaciones recibidas de Luis Barrenzuela son “inaceptables”. Pero el ministro insiste, contra toda evidencia, en sostener que no realizó en su domicilio una fiesta el Día de la canción criolla, sino una “coordinación de trabajo”.
La Asociación Civil Transparencia ha hecho conocer que esa supuesta coordinación no figura en la agenda del ministerio. La verdad es que el incidente de la fiesta no es sino el detalle final de una gestión que desde el principio ha estado marcada por la falta de idoneidad y el conflicto de interés. El señor Barrenzuela fue abogado defensor de Vladimir Cerrón hasta la víspera de su nombramiento. Pocos días después se dieron a la fuga cinco dirigentes de Perú Libre, acusados de corrupción, mientras que el ministerio del Interior demoró en ponerlos en la lista de las personas más buscadas por la policía. Siguen siendo prófugos.
Simultáneamente estallaron protestas de campesinos cocaleros que bloquearon la carretera bioceánica. Barrenzuela había defendido sus reivindicaciones, exhortándolos a hacerse escuchar. Su permanencia a la cabeza del ministerio del Interior perjudica la marcha del Estado. Su empecinamiento en el cargo atenta contra el sentido común y no hace sino agravar la polarización y la desconfianza.
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