Se pueden hacer muchas cosas con el dinero público, salvo volver verosímil una broma que se suele citar en ambientes de economistas: las pirámides de Egipto habrían adquirido la forma que les conocemos porque a medida que se construían fueron terminándose los recursos del Faraón.
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Resulta estimulante que en medio de la multiplicación de cuestionamientos a personas y de nuestra tendencia a denunciar lo que nuestros adversarios hacían hace cuarenta o más años, existan funcionarios laboriosamente dedicados a diseñar cómo debe usarse el dinero público. Esa es la esencia del presupuesto general del Estado. Parece cosa fácil cuando uno ve las cifras y las compara con las de años pasados, aunque esta vez seguimos en pandemia y todavía sufrimos las quiebras, la pobreza y el desempleo causados por un contagio que nadie previó. El congreso recibirá mañana al ministro de Economía y al Primer Ministro para que expliquen las prioridades, las previsiones, el alza de la recaudación y las tasas de inversión. Trabajo austero e ingrato en un país sin partidos sólidos ni una carrera pública profesional. Peor aún, un país acostumbrado a politizarlo todo.
El ministro Pedro Francke ha sido claro en sostener que en las actuales circunstancias no parece razonable imponer a las empresas que han sobrevivido un alza del salario mínimo. De la misma manera que resulta patente la necesidad de aprovechar el precio excepcionalmente alto de metales que exportamos, en particular el cobre y el oro. Se pueden hacer muchas cosas con el dinero público, salvo volver verosímil una broma que se suele citar en ambientes de economistas: las pirámides de Egipto habrían adquirido la forma que les conocemos porque a medida que se construían fueron terminándose los recursos del Faraón.
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