Cada primer día de mayo miles de personas llegan a la bella laguna andina de Sauscocha con el fin de compartir su esperanza en los tiempos venideros.
Siempre me pareció confusa aquella frase que alude al florecimiento popular del mes de mayo. Claro, en la costa es complicado asimilar el término suelto en pleno otoño, cuando caen las hojas y se avecina un invierno de seguro cada vez más inclemente.
No obstante, mi desazón inicial se diluyó al observar las preciosas estampas que deja el celebrado florecimiento en la laguna de Sausacocha, un idílico paraíso terrenal andino enclavado a más 3 mil 200 metros sobre el nivel del mar en plena provincia liberteña de Sánchez Carrión.
La primera vez que supe de su existencia, Sausacocha me impresionó por sus aguas de color azulado en una soberbia extensión que rebasa con facilidad las 172 hectáreas, todas preparadas para ser el hábitat ideal de peces como la trucha o la carpa además de otras especies como el pato silvestre y la gallareta.
Conversando con el periodista huamachuquino Alberto Mendoza pude enterarme que, según la Toponimia, Sausacocha quiere decir “Laguna rodeada de sauces”. Curiosamente, conocer el significado de su nombre no libra a la laguna de una serie de mitos conservados a través del tiempo con el afán de explicar su natural aparición.
Florecer en una laguna
Internándome un poco en los afanes costumbristas de la zona, pude comprender la importancia de la tradicional actividad. Para ello es necesario advertir que, durante el mes de mayo, se aleja el llamado invierno andino de Huamachuco y se disipan las lluvias, tan necesarias como implacables.
Es en este punto cuando toma real significado aquello de florecer. Se trata de dejar atrás las vicisitudes de las bajas temperaturas para inmiscuirse en la calidez de un clima que anuncia algo de sol y bastante de entusiasmo.
Me cuenta Alberto Mendoza que, hasta algunos años, los pobladores de Huamachuco salían muy temprano de sus viviendas para dirigirse a las elevaciones cercanas conocidas con los nombres de cerro Kakañan, Sazón y Santa Bárbara. Una vez allí, consumían con fruición el fiambre preparado con antelación.
Con el correr de los años, la faena que representaba cocinar con el fogón de leña en ambiente familiar fue reemplazada por el servicio inmediato de los operadores turísticos. La costumbre se modificó y ahora la muchedumbre no va a los cerros eligiendo en su lugar a concurridos íconos geográficos como la laguna de Sausacocha.
Debo confesar mi sorpresa al enterarme que una cifra superior a las 6 mil personas llega cada primer día de mayo a Sausacocha. Tal número, representa el sentir ciudadano que anhela desconectarse por unas horas de su vida cotidiana con la esperanza de tiempos mejores.
Tan lejos y tan cerca
No resulta vano realizar el esfuerzo de viajar por más de seis horas desde Trujillo hasta Huamachuco. La ciudad andina es realmente impresionante y su Plaza de Armas no tiene parangón.
En mi caso, llegué hasta allí luego de saciar con abundante información cualquier resquicio de duda sobre los riesgos de un viaje a una zona de altura. En realidad se trata de un periplo digno de ser experimentado con una carretera en regular estado al menos hasta cierta parte de la provincia de Sánchez Carrión.
Hay, sin embargo, una realidad insoslayable. El trayecto no cuenta con control alguno que afronte la informalidad y los maltratos de las empresas de transporte. Aún así, y dedicado a resaltar las bondades turísticas de Huamachuco, decidí aparcar mi actitud crítica y dedicarme al disfrute de las maravillas naturales de nuestra zona andina.
Con el colega Alberto Mendoza como guía ocasional, viajé otros diez kilómetros hasta Sausacocha para comprobar que lo expuesto en textos y crónicas viajeras se ve reducido a su mínima expresión ante tamaño prodigio que roza lo sublime.
Sausacocha tiene las aguas más azules que yo haya visto jamás. Los visitantes, efectivamente, se sienten arropados por un manto cálido o la brisa suave que acaricia el rostro y que genera en ellos el florecimiento anímico del que tanto me habían comentado.
Hoy, frente al teclado de una computadora respiro el aire puro de Sausacocha rememorando aquella experiencia que me sabe añeja pero que espero pronto repetir.
Mientras tanto, me satisface pensar que descubrí algo nuevo aquella tarde, cuando pude comprender que el bendito término de florecer implica despertar a una etapa distinta, regocijarse frente al cambio constante e ineludible que constituye también un agradable reto para nuestra existencia.
Por: Jorge Rodríguez
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