La holandesa que se impuso como meta mejorar la educación y la salud de los niños de Calca, en Cusco.
Por: Verónica Ramírez Muro
Fotos: Morgana Vargas Llosa
Mamita Helena. Así la empezaron a llamar sus primeros hijos. Es decir, los 18 niños que crió como si fueran suyos cuando llegó a Calca, Cusco, hace 16 años. En ese entonces ya llevaba su sombrero de ala ancha característico y se le veía caminar con dos bebes anclados a las caderas y una fila de niños entre los 2 y los 10 años.
Margot, de 21 años, recuerda sus días de infancia. Ella es una de las primeras niñas que llegaron a vivir con Mamita Helena. “Mi mamá murió y nuestra familia no nos ayudó en nada. Vine a vivir con mis tres hermanos y fue un cambio de vida de la noche a la mañana. Me chocó ver tantas cosas de comer en la mesa. Era una mujer a la que nunca habíamos visto y nos abrió su corazón. Nos dio todo: amor, respeto, cariño”.
Helena Van Engelen, holandesa de 68 años, también revisa el pasado desde la terraza de la Fundación Niños del Arco Iris. La casa familiar de piedra donde crió a sus primeros hijos peruanos luce pequeña frente al centro donde, actualmente, 130 niños estudian la primaria y 130 jóvenes reciben formación técnica especializada en informática y hostelería. La fundación también cuenta con un comedor, un consultorio médico y otro dental. Además de una zona de juegos, hermosos jardines y un acogedor albergue.
Helena llegó a Cusco impulsada por un documental sobre niños peruanos que vio en la televisión holandesa en compañía de sus hijos adolescentes. Pasaba por un momento terrible. Había sufrido una gran perdida y necesitaba una misión a la cual entregarse. Nada la unía al Perú. Era un país remoto del que apenas tenía algunos datos turísticos e históricos.
“¿No crees que estamos aquí para hacer algo que nos llene el alma y el corazón? En mis momentos difíciles soñaba y planeaba cómo quería hacer este proyecto. Dentro de mis sueños apareció el nombre de nuestra fundación, luego vine al Perú para saber si mi llamada era realidad o fantasía y cuando descubrí que el arco iris era el símbolo de esta zona ya no tuve dudas”, cuenta Helena.
El viaje
Cuatro años después de haber visto el documental (esperó a que sus hijos crecieran y se independizaran) empezó a recorrer el valle del Urubamba en un bus local. Todo era nuevo, distinto e inmenso, y así también era la dimensión del reto que había imaginado.
Como en las leyendas fundacionales o bíblicas, Helena vio un terreno lleno de árboles en el interior de Calca y supo que ese sería el lugar donde llevaría a cabo su “plan grande”. Por esos días, al salir de la Catedral de Cusco un anciano misterioso le regaló dos estampas y un rezo en quechua. Al mismo tiempo, en el cielo se dibujó un arco iris que ella interpretó como un poderoso llamado a la acción.
“Era la primera vez en mi vida que viajaba sola y cuando encontré este terreno sabía que tenía que ser aquí. El proyecto estaba listo en mi corazón y en mi cabeza. Había construido mucho en mi vida y ahora quería hacerlo con los materiales que estaban a nuestros pies: las rocas, los árboles, las piedras del río Vilcanota. Todo orgánico”, recuerda Helena.
Los primeros meses trabajó como voluntaria en una asociación en Cusco. Quería familiarizarse con las costumbres y también con un idioma del que apenas chapurreaba unas frases. Hoy tiene un español impecable marcado por la rotundidad de su acento holandés.
Al principio su familia se opuso categóricamente, sobre todo después de un incidente que tardó algún tiempo en confesar. Ocurrió cuando un grupo de hombres la maniataron y maltrataron para robarle en su propia casa. Pudo salir corriendo y regresar a la tranquilidad de su vida holandesa. Pero Helena resistió. Se quedó.
La estela del arco iris
Para Helena, a pesar del desarrollo del país, los problemas que encontró al llegar (alcoholismo, violencia doméstica, abusos infantiles, abandono, desnutrición) se mantienen. Es cierto que se combaten desde distintos flancos, que existen más iniciativas privadas y públicas, pero el esfuerzo tiene que ser mayor y en conjunto. “Trabajamos en educación y salud porque son los dos pilares que permiten ascender. Hay que abrir los horizontes y sabemos que para los niños en el Perú es complicado”, dice Helena.
¿Cómo fue, por ejemplo, el futuro de aquellos niños como Margot, niños de la primera generación que Helena crió cuando llegó al Perú? “Algunas son personas muy estables y otras no encontraron un balance. Eso también es la vida. Yo estoy muy orgullosa de mis hijos peruanos pero sé que cada quien tiene su camino”.
Todos los detalles de la fundación y el albergue están impregnados de Helena: las construcciones de madera y piedra, los árboles de eucalipto, jazmín y lavanda que conforman un bosque alegre, ángeles guardianes en los techos, coronas de hojas colgadas de las puertas y una sala de reflexión con un mural pintado por el artista Gam Klutier. Y, por supuesto, niños, muchos niños que llaman en coro a Mamita Helena cuando atraviesa el patio.
"He vivido y trabajado aquí durante 16 años, pero debido a mi salud y a mi edad siento que ya tengo que pasarle el testigo a la generación siguiente. La fundación tiene que estar en manos peruanas. El Perú al que yo vine no es el Perú de hoy. Cada vez hay más personas que miran con sensibilidad al prójimo. Todos tienen que abrir su corazón a las necesidades", dice Helena, convencida que volverá al menos tres veces al año porque "este es mi mundo".
Todas las mañanas en la Fundación Niños del Arco Iris se abre una puerta roja por donde ingresan niños y jóvenes para estudiar y construir un futuro. Este pequeño pueblo en armonía, donde todo funciona mejor que en el exterior, fue creado a partir del esfuerzo de Helena y también gracias a la coordinación de voluntarios, donantes, colaboradores, profesores, familiares y una junta directiva encargada de gestionar los fondos.
Sentada en la terraza de la fundación que logró crear a partir de todos estos elementos, Helena piensa durante un momento en cuáles podrían haber sido las claves para conseguirlo. Siempre se ha dejado guiar por su lado más intuitivo, por una especie de fuerza mayor que le sopla al oído los pasos a seguir. También, y aquí podría estar la esencia, por una serie de acciones que repite como un mantra: "Mira. Abre tu corazón. Devuélvele a la vida".
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