Es fácil entender que sobre todo en el caso de las enfermedades crónicas, que se acentúan con la edad, corresponde garantizar el equilibrio entre la propiedad intelectual de los medicamentos y el bien común.
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Los medicamentos llamados genéricos existen desde fines de los años setenta cuando el Congreso de Estados Unidos aprobó una ley que permitió la fabricación de medicamentos utilizando los mismos principios activos que los de medicamentos con patentes vencidas. Desde entonces su uso se ha implantado en la mayoría de los países del mundo, favoreciendo la caída del precio de los medicamentos. Así ha venido siendo en el Perú gracias a una norma transitoria que se ha prolongado durante los últimos años. Las farmacias se hallaban obligadas a poner a la disposición de sus clientes 40 medicamentos genéricos esenciales, a precios que pueden ser menos de una décima parte de los medicamentos de marca. Se entiende que cuando un laboratorio saca al mercado un nuevo producto debe recuperar las cuantiosas inversiones en investigación. Por eso se fija un plazo durante el cual nadie puede explotar la misma fórmula del laboratorio que inventó el nuevo producto. Pero en el Perú, nos hallamos expuestos al vencimiento de la vigencia de una norma sin que el Estado haya previsto que pasará después. Y lo que pasará es previsible y grave: la elevación brusca y considerable del costo de la salud. Las consecuencias de no renovar el marco jurídico del acceso a los genéricos son tan inapelables que los principales grupos farmacéuticos del Perú informan que en sus farmacias se seguirá vendiendo productos genéricos esenciales, con o sin ley. ¿Quién se opone? ¿Por qué el gobierno no ha reaccionado de manera rápida y clara desde que apareció la incertidumbre en un campo en el que las familias necesitan seguridad? Es fácil entender que sobre todo en el caso de las enfermedades crónicas, que se acentúan con la edad, corresponde garantizar el equilibrio entre la propiedad intelectual de los medicamentos y el bien común. En temas como este, nada resulta peor que el silencio.
Las cosas como son
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