La noticia de la canonización de Juan Pablo ll fue recibida con entusiasmo por la comunidad católica que recuerda su cálida visita a Trujillo en 1985.
“Pobre es quien carece de lo material, pero no lo es menos quien está sumido en el pecado; quien no conoce su dimensión personal que va más allá de la muerte; quien no tiene libertad para pensar y actuar según su conciencia…” ( Juan Pablo ll, febrero 1985).
Aquellas palabras de Juan Pablo ll no fueron vertidas al azar un lejano 4 de febrero de 1985 en Trujillo.
Esa tarde, miles de personas escucharon con atención y algarabía al carismático papa viajero que irradiaba tanta ternura como firmeza en cada una de las frases dirigidas a la masa trabajadora.
En su discurso, el hombre que sería elevado a los altares describe a una sociedad encaminada peligrosamente y sin freno hacia el consumismo más radical, con los rezagos de su libertad entregados a los intereses de la cosificación humana.
Precisamente son esas palabras llenas de entereza, las que trascendieron evitando que la presencia de Juan Pablo ll quede remitida al ámbito de la anécdota popular, la misma que resalta al papa querendón obviando lo que resultó ser el objetivo principal de su visita.
Por ello es importante no olvidar que si el Santo Padre llegó al Perú, fue para intentar llenar de luz a un pueblo que en ese momento se debatía entre el desorden político y la violencia exacerbada, y lo hizo a través de su cercanía con fieles que por primera vez vieron de cerca a un directo sucesor de San Pedro.
Una visita esperada
Primero fue solo un rumor, luego una grata noticia para los católicos y después, el tema se convirtió en la polémica servida para que creyentes y agnósticos se enfrasquen en nutridas conversaciones sobre religión y divinidad.
Lo cierto es que la visita de Juan Pablo ll no dejó espacio para la indiferencia. Pronto, se inició la campaña mediática y las estampitas con su campechana imagen resultaron ser cosa de todos los días en calles y plazas.
La fecha esperada llegó y el primer día del mes de febrero de 1985, el hombre antes conocido como Karol Wojtyla descendía de las escalinatas de un avión en el aeropuerto Jorge Chávez para besar suelo peruano y fundirse en un solo corazón con la feligresía.
Estuvo en Lima y Callao pero además se dio tiempo para visitar Arequipa, Iquitos y, claro, Trujillo. Aquí llegó, en olor a multitud, un 4 de febrero a las 10 de la mañana para luego trasladarse al Palacio Arzobispal donde permaneció durante cinco horas.
Pasadas las 4 de la tarde, ofició una Celebración Eucarística en un extensa área urbana de Trujillo que hoy se ha denominado Óvalo Juan Pablo ll. Allí se dirigió a los trabajadores norteños exhortándolos a priorizar su vida espiritual y a valorar la sencillez de espíritu y corazón.
El magnánimo hombre polaco que se volvió ciudadano del mundo a través de incontables travesías por los más recónditos recovecos, habló con firmeza también a los empresarios, a quienes instó a adoptar una actitud con calidez y humanidad para los desposeídos.
Cuando el sol se ocultó y el reloj marcaba las 7 de la noche, el papa peregrino dejó el norte peruano en medio del cariño de los creyentes, dejando en claro que su carisma y convicción no eran parte de un asunto antojadizo.
La verdad es que Juan Pablo ll irradiaba encanto a borbotones. Quienes lo vieron en el Perú, comprobaron la veracidad de su cercanía con los pobres, la sinceridad de su tierna sonrisa dirigida a los niños, ese interés que demostraba por los asuntos aparentemente menos trascendentes de la feligresía.
Es imposible para un creyente abstraerse de lo importante que resultó la presencia de aquel prominente emisario de la palabra divina.
Han transcurrido 28 años y el mensaje de Juan Pablo ll cobra hoy actualidad no solo por la noticia de su canonización. La trascendencia de su paso por nuestro país radica en el significado de esas palabras sencillas pero brindadas con inocultable amor que calaron en innumerables corazones cristianos.
Quizá por todo ello hoy, en tiempos de convulsión social, es importante para los creyentes recordar la figura de un santo de nuestra era que llegó por estos lares y nos legó para la posteridad su pasión por la divinidad.
“…Os pido, pues, en nombre de Dios: ¡Cambiad de camino! ¡Convertíos a la causa de la reconciliación y de la paz! ¡Aún estáis a tiempo! Muchas lágrimas de víctimas inocentes esperan vuestra respuesta…” (Juan Pablo ll, febrero 1985).
Por: Jorge Rodríguez
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