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Los ciclos de la naturaleza no coinciden con nuestros ciclos políticos, la alteración de autoridades y en muchos casos la persistencia de vicios como la corrupción, la irresponsabilidad y la mentira.

Escucha el canal de podcast de Las cosas como son en RPP Player.

Cuando amanece un día como hoy, miércoles 15, es inevitable imaginar la noche que han vivido muchos de nuestros compatriotas. En días pasados nuestra atención estaba dirigida a las regiones del Norte, a poblaciones aisladas por las inundaciones, casas destruidas, carreteras cortadas por el agua y miles de hectáreas de cultivo inundadas. Pero bastó que el ciclón Yaku se desplazara hacia el suroeste, para que el centro de las desgracias se ubicara en nuestra capital y sus alrededores. Los ochenta kilómetros de la costa de Lima Metropolitana, entre Ancón y Punta Hermosa, han sido escenario del más simple de los fenómenos naturales: la aparición súbita de corrientes de agua que de un minuto a otro nos recuerdan que habían barrios y asentamientos humanos construidos en viejas quebradas que al cabo de años o décadas vuelven a activarse. Los ríos Rímac, Chillón y Santa Eulalia, así como la quebrada Huaycoloro nos han obligado a asumir la vulnerabilidad de toda vida humana. Los ciclos de la naturaleza no coinciden con nuestros ciclos políticos, la alteración de autoridades y en muchos casos la persistencia de vicios como la corrupción, la irresponsabilidad y la mentira. No olvidaremos a ribereños del Rímac en el malecón Checa o habitantes de Alto Perú en Chosica, intentando evitar lo peor, que el agua reduzca a escombros el patrimonio forjado a lo largo de una o más generaciones. La mezquindad política, el abuso de puestos públicos y el aprovechamiento de la desgracia de los demás adquieren su aspecto más despreciable. Se nos dice que el Estado peruano cuenta con dinero para hacer frente a los efectos del actual fenómeno climático. Necesitamos también que las autoridades diseñen políticas de prevención y adaptación al calentamiento global, que sean capaces de dejar de lado sus pequeñas carreras y ponerse en la situación que vivieron por ejemplo habitantes de Comas o Puente Piedra, obligados a vérselas con la crecida del Chillón y cruzar un puente peatonal autoconstruido que amenazaba con desplomarse. Esperemos que, como en otros casos, las desgracias comunes nos lleven a redescubrir los valores de la solidaridad y el servicio público.

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