El cañán es un movedizo reptil que habita en la extensa franja costera del norte. Su consumo se considera exótico.
Reza un dicho muy añejo que “todo entra por los ojos”. Sin embargo, un potaje con cañanes sería sin duda una honrosa excepción. Claro, a primera vista, una lagartija extendida sobre el plato no parece ser una oferta muy seductora para el paladar del humano promedio. Pero no se engañen, que el buen sabor se esconde a veces bajo apariencias insospechadas.
No los culpo por el inicial rechazo a tan exótico potaje. Me sucedió algo similar cuando probé un sudado de cañán durante un viaje familiar a San Pedro de LLoc, bucólico distrito de la provincia liberteña de Pacasmayo, distante a 99 kilómetros de la ciudad de Trujillo.
Algunos conocidos me dijeron que este curioso animalito de repulsivo aspecto tenía propiedades afrodisíacas; y yo, empujado por las hormonas en plena ebullición postadolescente, imaginé convertirme en un auténtico todoterreno con la ingesta del reptil.
Al tenerlo frente a mí, no pude evitar pensar si valía la pena tamaño despropósito. Aún así, y rodeado por la miradas inquisidoras de la parentela, no quedó más remedio que llevar a la boca una porción de la susodicha lagartija.
La verdad es que si uno se olvida del mero aspecto, el sabor del cañán se asemeja en mucho al de la carne de pejerrey. Los lugareños lo preparan también con todos los aditamentos de un buen cebiche y hasta como elemento principal de una sabrosa tortilla.
Pero ¿cómo se originó la extravagante costumbre de comer reptiles sin remordimiento alguno? Según los estudiosos, el cañán ha convivido con el ser humano desde hace unos 11 mil años y su consumo, como parte de la dieta alimenticia, se habría iniciado con los primeros grupos de cazadores nómadas en la antigüedad.
El cañán es una lagartija en toda la extensión de la palabra. Se alimenta de las semillas de un árbol denominado algarrobo y su hábitat se extiende a través de la franja costera en el norte del país, llegando hasta lo que se conoce como el sur de Ecuador.
La presencia de este codiciado reptil en testimonios y grabados provenientes de las culturas que se desarrollaron en esta extensa zona, lo convierten en un animal casi emblemático. De ahí el apego que experimentan los pobladores por el cañán, considerado como elemento importante de su ecosistema.
El problema del exceso en el consumo de los potajes preparados con cañán radica en que su caza furtiva y descontrolada ha originado que la especie se encuentre prácticamente en proceso de extinción. Además, la depredación de los bosques de algarrobo en la costa, contribuye a configurar un panorama bastante sombrío.
Algunos especialistas proponen la creación de un área de reserva especial que congregue los requerimientos necesarios para la supervivencia del cañán. Mientras tanto, comer un platillo cuya base es la preciada carne del reptil está permitido para quienes deseen experimentar una novedosa sensación culinaria.
Para ser honesto, este comensal no puede dar fe de la consabida fama afrodisíaca del cañán, pero diversos planteamientos científicos han comprobado su alto valor nutritivo y potenciador de las actividades físicas.
Cuenta también la sabiduría popular que el consumo periódico del cañán podría alargar la vida. Quizás por eso la cocinera que me sirvió el potaje tiene más de 80 años bien llevados, y me cuenta todos estos secretos con una salerosa sonrisa en los labios.
Dato
El consumo del cañan se resiste a desaparecer, su consumo se da en San Pedro de Lloc y Virú en la región La Libertad.
Por: Davinton Castillo
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