Los obispos, Aníbal Torres y el Congreso, por Fernando Carvallo [COLUMNA]

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A juzgar por los reproches que intercambiaron ayer el oficialismo y la oposición más radical, uno está tentado de creer que los defensores más coherentes de la democracia son los obispos. Aníbal Torres recordó sin dificultad las oportunidades en que algunos dirigentes opositores no han vacilado en desear la muerte de Castillo y lo que él representa. Su video con un florilegio de fases altisonantes fue replicado por un video mostrado por el congresista Jorge Montoya, quien anunció la presentación de una acusación constitucional contra el primer ministro. ¿Alguien salió ganando de esta confrontación? Quizás Pedro Castillo que tenía interés en que se no se hable de los casos de corrupción en los que se halla implicado. Y en que se silencie la acción de la fiscalía. El único progreso en sede parlamentaria es la multiplicación de congresistas que se dicen favorables al adelanto de elecciones generales, siguiendo el modelo de lo hecho el año 2000. En cualquier caso, un acuerdo será necesario para fijar el nuevo calendario electoral, y para definir reformas mínimas que eviten que nos hallemos nuevamente en la situación en la que nos dejo la primera vuelta de las elecciones del año pasado: dos candidatos en un universo fragmentado en el que termina por imponerse el que atrae menos antivoto.

Pero como el azar hace a veces bien las cosas, un comunicado de la Asamblea de obispos enrostra oportunamente a unos y otros todo lo que la clase política deja de hacer para dedicarse a la retórica de la incapacidad moral y el victimismo populista: educación, salud, seguridad, inversión, empleo. Los obispos piden que intervenga un nuevo actor, la sociedad civil organizada. Por algo será que el primer crítico de los obispos ha sido el tuitero Waldemar Cerrón, quien amenaza a la Iglesia son una intervención del Estado en sus asuntos internos.

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