Lejos de la madurez y el desprendimiento, congresistas de Nuevo Perú y del APRA protagonizaron una escena de reproches, insultos y gesticulaciones que llevó a suspender la sesión que discutía el informe de la Comisión Lava Jato. Lee la columna de Fernando Carvallo.
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El Congreso de la República ha vuelto a dar un espectáculo que reforzará la sensación generalizada de no estar a la altura de lo que el país necesita. Lejos de actuar con madurez y desprendimiento, congresistas de Nuevo Perú y del APRA protagonizaron una escena de reproches, insultos y gesticulaciones que causó la suspensión de la sesión que discutía el informe de la comisión Lava Jato. El telón de fondo de la crispación fue la manera como el Informe trata el caso de Alan García. Según Manuel Dammert queda blindado, según los apristas no hay pruebas que lo liguen a la corrupción de empresas brasileñas por lo que el tema seguirá siendo investigado por la Fiscalía.
En cualquier caso, nada justifica que se recurra a insultos y agravios personales, más aún si estos conducen en la práctica a impedir el trabajo para el que los congresistas han sido elegidos. Los miembros de las bancadas de izquierda coreaban “Corruptos nunca más”, mientras que desde el otro lado del hemiciclo la congresista Karina Beteta replicaba vociferando “Terroristas”. Lo único seguro es que la sesión de ayer habrá contribuido a que más peruanos respalden la no reelección de los congresistas, aunque ésta termine por bajar aún más el nivel de nuestro sistema político. Solitaria voz en el desierto, el disidente fujimorista Francesco Petrozzi pidió disculpas al país por el espectáculo ofrecido.
Chávarry en su laberinto
Otras disculpas que fueron presentadas ayer son las que el Fiscal de la Nación, Pedro Chávarry, ofreció al Colegio de Abogados. La víspera había declarado que si “cada vez que uno miente debe inhibirse de ejercer sus funciones, todos los abogados deberían abandonar su Colegio profesional”. Esa manera de minimizar y banalizar la mentira no solo es una ofensa a los abogados. Revela sobre todo su falta de conciencia de la gravedad de la mentira en las relaciones personales y en la vida de las instituciones.
Si no pudiéramos confiar en la palabra de los demás y si mentir fuera expresión de sutileza y precaución, como parece suponer el Fiscal, carecerían de fundamento los valores que garantizan la cohesión de la sociedad. Basta observar la preocupación natural de todo padre o madre cuando descubre que sus hijos recurren a la mentira. La educación del ser humano significa priorizar valores por encima de intereses inmediatos, como, por ejemplo, negar las faltas que uno comete.
Políticas públicas ante la inmigración
La ONU evalúa en tres millones el número total de venezolanos que han emigrado de su país durante los últimos meses. De ellos, más de 500,000 han venido a nuestro país, en búsqueda de dignidad y mejores condiciones de vida. Lejos de alentar reflejos xenófobos, la Asociación Hacer Perú publica un ensayo en la versión digital del diario Gestión y sostiene: “Lo fundamental, si queremos romper el status quo y mirar el mediano plazo con mayor optimismo, independientemente de oleadas migratorias, son políticas públicas que mejoren las condiciones de generación de empleo formal en el sector moderno de la economía”.
Los economistas Alonso Segura, Piero Ghezzi y José Gallardo concluyen que para lograrlo no basta la inercia del crecimiento económico, sino que resulta indispensable promover políticas públicas de desarrollo o diversificación productiva, que “permitan incorporar nuevos motores de empleo formal escalables”. El debate queda planteado. Lo que es inapelable es que, lejos de insultos y maniqueísmos, Hacer Perú nos da razones para mirar el mediano plazo con optimismo.
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