En un mundo que mide el éxito con dinero y pertenencias, olvidamos disfrutar del camino. Esta lección la recibí hace un par de meses de mi hija de 6 años, quien está aprendiendo a escribir los números. Ese día tenía como tarea el llenar una hoja con el número seis.
Eran las 3 de la tarde, yo debía volver al trabajo a las 3:30 pm y quería que ella avance. Arianna estaba feliz de hacer la tarea, se aplaudía cada vez que el número le salía “bonito” (un número, un aplauso, y ¡choca 5 mami!) pero no avanzaba tan rápido como yo esperaba. De pronto, me escucho a mí misma diciéndole: “Ya hijita, termina rápido que me tengo que ir”. Su respuesta no fue una respuesta cualquiera, no fue una queja; me miró a los ojos y con pena me dijo: “…pero mami, estaba celebrando…”.
Si pudiera poner un emoticón, sería un corazón partido. La sacudida emocional que me dio esta criatura me llevó a escribir esto hoy. En mis talleres, en cada sesión de coaching y en cada clase en la universidad, siempre digo, con absoluta convicción, que el aprendizaje está en el andar y que cada pequeño logro, debe ser celebrado. Bueno pues, ahí estaba yo, en silencio, frente a una maestra de seis años que me pedía “celebrar” por cada número bien escrito.
Una vez pasado el shock inicial, la miré a los ojos, la abracé fuerte, fuerte, y le dije: “gracias hijita por recordarme lo importante que es celebrar. No debí decirte eso. Disfruta de tu tarea. Terminas en lo que queda de la tarde y cuando llegue papá se la enseñas” (yo no volvería hasta las 10 de la noche). Aplaudimos, chocamos cinco, avanzamos un poco más y me fui a trabajar.
Yo había organizado mi tiempo para almorzar con mi hija y hacer la tarea. Gran error, debí haber organizado mi tiempo para almorzar con mi hija y disfrutar con ella haciendo la tarea. Ahora, cuando hacemos la tarea, la observo más, la disfruto más, y en este proceso, he aprendido a confiar en que es capaz de terminar sus tareas, aunque yo no esté, pues no siempre puedo estar. Le doy los lineamientos, confío y disfruto de su proceso de aprender y descubrir en el tiempo que tenemos juntas.
Los adultos pasamos la mayor parte del tiempo trabajando duro, verificando, midiendo y actuando. Casi siempre, cuando pregunto ¿en dónde quisieras estar en este momento? me responden “en casa, con mi familia”. Sin embargo, cuando llegamos a casa estamos tan agotados, apurados y/o frustrados que olvidamos para qué queremos estar en casa. Es claro que no vamos a poder tener más tiempo con quienes amamos, pero podemos decidir la calidad del tiempo que compartamos.
Estamos tan absortos resolviendo urgencias que nos hemos acostumbrado a postergar nuestra felicidad con declaraciones tan absurdas como: “cuando tenga mi casa todo va a estar mejor”, “cuando obtenga un mejor sueldo”, “cuando termine este proyecto”, cuando, cuando, cuando… En definitiva, invertimos mucho más tiempo enfocados en aquello que nos falta, quejándonos por los errores de los otros y enfocados en nuestros propios tropiezos, que en reconocer y disfrutar cada paso y valorar nuestros logros por modestos que sean.
Para cerrar este texto viene a mi mente la frase del recordado John Lennon: “La vida es aquello que te va sucediendo mientras estás ocupado haciendo otros planes”. El momento de disfrutar, aplaudir y chocar cinco, es ahora. Celebrar porque tenemos una cama, porque respiramos, porque tenemos gente que amar y que nos ama. Celebrar porque me tocó un jefe difícil que me desafía y saca lo mejor de mí (si saca lo peor de mí, es mi decisión). Celebrar para aprender y constituirnos en mejores seres humanos resulta siendo, tal vez, nuestro gran desafío y mayor regalo.
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