La urgencia, la rabia, el dolor y el contexto desafiante al que nos enfrentamos, son elementos que a veces nos ciegan y alejan de esas decisiones sabias que nos acercan a la vivencia coherente de nuestros valores. Tomamos decisiones creyendo que somos objetivos y las justificamos explicando las razones y los motivos que nos llevaron a actuar de una u otra manera. Es en este contexto surge la pregunta: ¿Realmente podemos ser objetivos? ¿O es la objetividad una construcción social?
Al tratar de eliminar la subjetividad, nos hemos divorciado de la emocionalidad del proceso de toma de decisiones. Esa búsqueda por la objetividad es tal vez uno de los procesos más deshumanizadores que enfrentan tanto líderes como colaboradores. En el contexto empresarial, el proceso decisional puede ser mucho más inteligente e informado, pero pocas veces es más humano.
Es claro que debemos evitar que las emociones empañen nuestro juicio. Sin embargo, todavía somos humanos. Entonces, en lugar de forzarnos a nosotros mismos (y a los demás) a elegir posturas, tratemos de encontrar el punto medio. En esta búsqueda, hemos de comprender que el camino hacia el punto medio no es el promedio de dos verdades y tampoco es necesariamente feliz. Se trata de encontrar el equilibrio, abarcando en el proceso, lo emocional, moral, económico y material de mi verdad y de la verdad del otro. El gran desafío del proceso decisional implica identificar con claridad cuáles son los valores que guiarán nuestra vida y buscar que nuestras decisiones sean coherentes con éstos a pesar del otro, del contexto o la situación.
Hace un tiempo, me tocó acompañar un proceso de coaching en el que la gerente debía reestructurar su área para alinearla a la estrategia organizacional. Esta nueva estructura exigía el despido de una colaboradora que había laborado en la empresa por más de 20 años y con quien tenía una relación de compañerismo y amistad. En el proceso, la gerente, pudo reconocer que estaba tratando de crear una posición para esta persona más que validar una estructura que soporte la nueva estrategia organizacional.
Es en este contexto donde lo emocional, lo moral, lo económico y lo material se entrecruzan y nos resulta difícil decidir. Es aquí donde debemos apalancarnos en la fortaleza de nuestros valores y actuar en concordancia con ellos encontrando ese balance entre nuestra objetividad y nuestra subjetividad: ¿Qué valores están en juego en esta decisión? ¿Desde qué rol necesito decidir (gerente, amiga)? ¿Qué objetivo busco lograr? ¿Qué tipo de gerente quiero ser?
El resultado puede no hacernos del todo felices, pero la valoración profunda del proceso nos permitirá evolucionar hacia la coherencia y la humanización de nuestras decisiones.
Para los curiosos, mi valiente coachee fue capaz de reconocer su vulnerabilidad, validar su estrategia y negociar un jugoso paquete de salida y beneficios para esta leal colaboradora y compañera. Para cerrar este post, la llamé y le pedí que me regale su mayor aprendizaje. El mismo que cito a continuación: “Más de un año después ya no somos tan amigas y sé que está bien pues era incómodo para ambas. Es parte del precio que debo pagar por ser leal a mi posición de gerente”
Y a mis lectores, recuerden: “NO decidir, ES decidir”. La inacción es una decisión que valida una lealtad y una postura… ¿Y tú, a quién le estás siendo leal en esa situación difícil”?
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