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Miedos, silencio y tiempo

Cuando seamos capaces de domar a nuestros propios monstruos y buscar respuestas de manera asertiva, podremos ser capaces de mejorar nuestra comunicación y cuidar nuestros vínculos y relaciones.

Cuando estoy en clase de comunicación, explico que una de las consideraciones más importantes al hablar de liderazgo e influencia es la capacidad que debemos desarrollar de comprender que todos nos comunicamos de manera diferente y que si queremos conectar con el otro, debemos respetar su estilo, tiempos y formas de comunicación.

Teoría aprendida y practicada muchas veces en mi vida. Respetar, escuchar, comprender y aceptar al otro para construir relaciones saludables y de largo aliento. Uno de mis grandes maestros en este sentido es mi esposo y compañero de vida desde hace casi 20 años. Ernesto y yo somos dos polos opuestos en cuanto a comunicación (yo extrovertida y emocional; él introvertido y racional). En este tiempo juntos aprendí a respetar sus tiempos de silencio y comprender que ello no tiene que ver conmigo. Entendí que no busca hacerme a un lado cuando está en silencio, sino que es su propia forma de vivir las situaciones, procesar y compartir la información.

Hace unas semanas, Ernesto, llegó de un viaje de trabajo de casi un mes. Parte de su responsabilidad en este viaje era guiar a un grupo de caminantes hacia el campamento base del Everest (5,350msn). Faltando 3 días para llegar al punto más alto, se despertó con fiebre de casi 40, escalofríos y mucho dolor en el cuerpo. Su fortaleza mental y física le permitió caminar y guiar al grupo durante los 12 días posteriores. Fue tal su nivel de exigencia que el día de su llegada a casa fuimos directo a emergencia. Gracias a Dios, los resultados confirmaron que era cuestión de descansar y esperar para recuperarse. El tratamiento: una semana completa en cama y con los pies hacia arriba. 

Este fue el diagnóstico médico, pero no nos explicaron el tratamiento emocional. Esos 12 días de sobreesfuerzo, solo y con la responsabilidad de un grupo de personas a cuestas, tuvieron un impacto emocional cuya recuperación también requería tiempo… ¡y yo no lo sabía!

| Fuente: Freeimages

Después de casi un mes separado, yo tenía muchas preguntas, quería escuchar la historia en detalle de este viaje maravilloso. Sin embargo, la semana que pasó en cama, Ernesto se retrajo a niveles de silencio que nunca había visto en él. Respondía con monosílabos y apenas sonreía. El domingo en la noche, luego de 10 días en Lima, empezó a compartir historias e incidentes del viaje. Yo lo escuchaba en silencio y admirada, no tanto por lo que decía, sino porque sentí que finalmente mi esposo había vuelto y así se lo hice saber. En este contexto, me confesó que había tenido mucho miedo, que pensó que algo grave le estaba pasando ya que su resultado al examen al corazón recién le había llegado.

Durante sus días de silencio, mi diálogo interno fue durísimo. ¿Se ha dado cuenta de que ya no me quiere? ¿Es esta la relación que quiero para el resto de mi vida? ¿Será que me quiere decir algo y no se atreve? Reinventarme para lidiar con mis propios monstruos y buscar ser coherente con mis valores (respeto, empatía, familia) fue el mejor regalo que me dejó está situación.

A veces (en realidad, casi siempre) eso que el otro hace no tiene que ver con nosotros, no hay una intención de hacernos daño en aquello que hace (o deja de hacer). Son nuestros propios monstruos los que le dan un significado en el que nos convertimos en víctimas y el otro en victimario.

Me gustaría que pienses en esa persona con la que te cuesta comunicarte y con quien te toca lidiar. Trata de identificar si realmente eso que hace o dice que tanto te molesta o duele es con la intención honesta de lastimarte.  ¿Te has preguntado qué está viviendo? ¿Qué le preocupa o a qué le teme para actuar de esa manera? Y en un plano más amplio ¿Qué debes aprender de esta situación? Fueron estas preguntas las que me permitieron escribir este post que hoy cierro luego de haberlo compartido con Ernesto.

Tal vez, cuando seamos capaces de domar a nuestros propios monstruos y buscar respuestas a nuestras preguntas de manera asertiva podremos ser capaces de mejorar nuestra comunicación y en consecuencia cuidar nuestros vínculos y relaciones. Porque como bien dice A. Robbins “La calidad de tu comunicación define la calidad de tu vida”.

NOTA: “Ni el Grupo RPP, ni sus directores, accionistas, representantes legales, gerentes y/o empleados serán responsables bajo ninguna circunstancia por las declaraciones, comentarios u opiniones vertidas en la presente columna, siendo el único responsable el autor de la misma.
Claudia Draghi

Claudia Draghi Coach ejecutiva y de equipos

Docente de Pacífico Business School. Business & Team Coach (ICC, Londres). Administradora y consultora en liderazgo, servicio y procesos de transformación cultural.

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