Dicen los cronistas que la Lima antigua fue llamada “la ciudad de los gallinazos” y que estas aves estaban incluso prohibidas de matar por ser consideradas como la “baja policía” emplumada, los “cuervos criollos”. Y es que, en las ciudades se alimentan de basura -para lo que son muy selectivas, y también nos hacen un gran servicio al eliminar animales muertos que nadie quiere tocar. Las pinturas de Pancho Fierro muestran a los gallinazos caminando libremente por las calles, razón por la cual -especulo yo, los hemos bautizado como gallinas grandes.
En nuestra ciudad tenemos dos tipos de gallinazo, el de cabeza negra, y el de cabeza roja. El primero es el más urbano, abundante, el que comúnmente se ve posar en las torres de iglesias o merodear en los basurales; mientras que el segundo, es más frecuente donde hay espacios abiertos o en playas. Sin duda alguna, ambas están entre las aves más comunes de los cielos del Perú, en la costa, sierra y selva.
Los gallinazos -en particular el de cabeza roja, tienen muy desarrollado el sentido menos común entre las aves, el del olfato, y por ello, son excepcionales entre ellas. Además, sus fosas nasales tienen una forma especial para captar olores. A manera de hilos invisibles y erráticos, los olores viajan en el aire y que cuando son captados, pueden ser seguidos hasta su origen. El vuelo en círculos de ese gallinazo responde a ello. Es para asumir altura, ampliar el rango de captura de “los hilos”, y luego encontrar su fuente. Es tan preciso su sentido del olfato, que uno puede dejar un trozo de carne podrida escondido en una bolsa -donde la vista no ayuda, y en cosa de minutos verán a algún gallinazo dando vueltas encima de ella.
Aparte de estar en el grupo de las aves más longevas, los gallinazos no le temen a nadie, ya que nadie se los quiere comer. Ellos son muy sociales, y hasta cariñosos. He disfrutado de uno como mascota, y es un recuerdo muy dulce. Lo único malo es que, esta ave acostumbraba a pararse en la azotea, y que -a disgusto de la familia, daba una escena lúgubre de docenas de gallinazos en el techo atraídos por él. Basta mirar la complejidad de las interacciones cuando se encuentran descansando en grandes grupos. Además de eso, tienen cortejos y juegos elaborados, y se emparejan de por vida.
Pero quizá su forma más peculiar de comunicación es a través del vuelo, y también por lo que más los admiro. Siendo parapentista, uno se da cuenta de lo maravilloso que es su dominio de los vientos. Es más, nos guiamos de ellas para ubicar corrientes térmicas a fin de ganar altura. Volar junto a ellos y observar la perfección de su vuelo, es uno de los placeres en la vida. Además, son los más eficientes. Su hermano mayor, el cóndor andino, puede volar hasta 5 horas sin aletear una sola vez. Para ellos, el volar no solo es una forma de ubicar comida, sino también un disfrute extremo. De otra manera no se explica porque se ven desde aviones a varios kilómetros de altura, o las ágiles maniobras que no pueden ser otra cosa que juegos aéreos.
Ellos tienen los atributos que cualquiera ave desearía: no tienen predadores ni enemigos, son altamente sociales y amorosos, tienen comida en abundancia, viven en todo tipo de ambiente, son longevos, y encima de todo, entre todas las aves, son los grandes maestros del vuelo. Además, entre gallinazos el olorcito es más bien un atractivo. Saludos, mi vecino gallinazo.
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