Esta pandemia ha mostrado en toda su desnudez los problemas de nuestras mayorías nacionales. Aparte de los bajos ingresos, del empleo precario, la ausencia de ahorros, la falta de una red de protección, se evidencia, en primer plano, el problema de la vivienda. Millones de compatriotas tienen que mantenerse encerrados en sus casas, con poco espacio, sin luz, ni aire fresco, sin electricidad, sin agua ni desagüe, sin refrigeradora, sin señal telefónica, sin internet, y muchas otras limitaciones. Es un encierro físico que somete a un estrés gigantesco a niños, jóvenes, adultos y a los viejos. A cada uno con sus propias patologías. Para ellos es casi imposible cumplir con la cuarentena, se ven obligados a salir a la calle, a regresar a sus regiones de origen.
Muchos pensaron, seguramente de buena fe, que, con los éxitos de la lucha contra la pobreza y la pobreza extrema, y con el aplaudido crecimiento de la “clase media”, este problema de la vivienda lo había resuelto el poderoso mercado. Otros confiaron en la autoconstrucción, apelando al emprendedurismo popular. Pues el problema sigue vivito y coleando. Son cada vez más viviendas las que se construyen en los lechos de los ríos y son arrasadas todos los años, cada vez más las personas que se apiñan en viejas casonas, cada vez más los migrantes que viven en esteras sobre unos pocos metros de arenal. Para muchos, el primer contacto con una vivienda es la mafia de traficantes de terrenos. ¿Quién sabe con qué otras mafias tendrán que convivir esas familias a lo largo de los años?
No podemos mantener esta situación, esta extrema desigualdad entre peruanos. Desde ahora hay que diseñar, planear y ejecutar, acelerada y eficazmente, un ambicioso plan de vivienda popular. Rescatar los conjuntos habitacionales de Fernando Belaúnde y otras iniciativas valiosas, pero teniendo en cuenta que no habrá una sola solución o, mejor dicho, una solución única. El Perú ha sido siempre muy diverso, y esta diversidad se ha multiplicado con los años. Son muchas soluciones que van a entrar en juego, y habrá que lidiar con ellas. En algunos barrios será el mejoramiento de las casas existentes, dotándolas de agua, desagüe y demás servicios. Para otros será demoler las malas construcciones y levantar edificios modernos de 20 pisos. También habrá urbanizaciones nuevas en terrenos adecuados. Y muchas otras soluciones que ahora no se me ocurren porque no soy experto. No se olviden de la afirmación de Keynes: “por donde va el sector construcción lo sigue la economía entera”.
¿Quién define cuáles caminos seguir, qué combinación de soluciones barajar y hacer viables? Pues equipos multidisciplinarios de arquitectos, ingenieros, sociólogos, antropólogos, comunicadores, psicólogos, que van a dialogar con las poblaciones agrupadas geográficamente, valorar sus carencias, estudiar las soluciones, proponerlas, convencerlos, diseñar un plan, ejecutarlo con participación de la gente. En los países asiáticos fueron gobiernos autoritarios los que impusieron estos radicales cambios urbanos, transformando sus ciudades en pocos años. El reto es hacerlo en democracia, con la aprobación de la población afectada-beneficiada. Para eso se requieren estos equipos multidisciplinarios.
No sólo una vivienda digna, también ecológica y digitalizada. Es la siguiente generación de viviendas que algunos países desarrollados han empezado. A diferencia de otras reformas pos-COVID-19 de las que hemos hablado, como optar por las bicicletas, o el transporte público eléctrico, este programa de vivienda popular crea empleo a manos llenas: desde lo equipos multidisciplinarios, hasta la fabricación de los nuevos materiales de construcción, pasando por los miles de obreros de construcción civil (bien pagados, gracias a su sindicato nacional y a la visión de CAPECO). Todo esto a nivel nacional, empezando por las regiones. Diseñando las nuevas ciudades, y los nuevos barrios para que las personas no tengan que transportarse decenas de kilómetros para ir a trabajar, como ocurre ahora; incentivar a las empresas para ayudar a sus trabajadores a que vivan cerca, que puedan movilizarse caminando o en bicicleta. Para que puedan llevar a sus hijos a colegios de calidad cercanos, así como acudir a centros de salud de primer nivel, con seguridad ciudadana garantizada, y un largo etcétera. Las viviendas acondicionadas para que los moradores puedan realizar sus teletrabajos en ellas, totalmente interconectadas.
¿Quién financia esto? La reactivación económica generada por este auténtico shock de inversión pública creará buena parte de los ingresos para que los futuros dueños paguen sus nuevas o mejoradas viviendas con el empleo multiplicado; con financiamiento de largo plazo, cuotas bajas, asequibles. Y si aún falta dinero, contratamos a Paul Krugman, premio Nobel de economía, o a cualquier otro de la “MIT gang” (sólo tienen que googlear este concepto junto con PK), para que nos oriente en la forma de obtenerlo.
Así, no sólo estaremos mejor preparados para enfrentar la siguiente pandemia, que seguramente llegará en pocos años, sino que, y esto es lo más importante, evitaremos que esa pandemia se origine en alguno de esos lugares hacinados, insalubres y contaminados en los que vive actualmente demasiada gente en nuestro país.
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