Chile tiene el mayor ingreso per cápita de toda América Latina, se mantiene en las mejores ubicaciones del índice mundial de competitividad, muy por encima de los otros países de la región, redujo significativamente la pobreza por ingresos y prácticamente eliminó la pobreza extrema, había ingresado hacía algún tiempo a la OCDE, el club de los países ricos; era indiscutiblemente un país modelo para los países en desarrollo, el ejemplo a seguir. El propio presidente Piñera lo calificó, unas pocas semanas atrás, de “oasis” en medio de tantos países de la región en problemas. La mayor aspiración de muchos economistas, hombres de negocios y periodistas peruanos, hinchas del modelo vigente, era que ojalá en 20 años el Perú estuviera en el lugar en que Chile estaba hasta hace unos días.
En dos semanas de multitudinarias marchas, manifestaciones violentas, enfrentamientos con las fuerzas armadas y policiales, saqueos, incendios, decenas de muertos, centenas de heridos y detenidos, cientos de millones de dólares en destrozos de la infraestructura pública y privada, toda esta maravillosa imagen se vino abajo como castillo de naipes.
Cuando todavía no se disipa el humo de algunos incendios, va quedando claro que se trata de la masiva protesta de amplios sectores del pueblo chileno contra el modelo económico vigente en su país, contra la aguda desigualdad e injusticia que ha generado desde que lo impuso Pinochet, a sangre y fuego, en 1973. El famoso modelo económico neoliberal, en el que prevalecen el mercado y las empresas privadas, benefició principalmente a los grupos económicos, a las grandes empresas, a los inversionistas extranjeros, a los más ricos, dejando rezagadas a las mayorías del país. A 46 años de la aplicación del modelo el 1 % con mayores ingresos concentra el 27 % de la riqueza, mientras que al 50 % más pobre solo le toca el 2.1 % de la misma. Tiene los salarios y pensiones más bajas de la OCDE, la mayor tasa de privatización de la educación, y ocupa el segundo lugar en las pensiones educativas más altas.
Pero esto no solo está sucediendo en Chile; Thomas Piketty (El capital en el siglo XXI) demostró, en el 2014, que la desigualdad ha aumentado radicalmente en todo el mundo, principalmente en los países desarrollados, a partir de 1980, en que el modelo se impuso en Estados Unidos y el Reino Unido. Por si quedaban algunas dudas, este año Saez y Zucman (The Triumph of Injustice), demuestran que los trabajadores y clases medias en Estados Unidos pagan más impuestos que los hiper ricos, gracias a las exoneraciones y rebajas de Reagan, Bush y Trump.
Los economistas neoliberales dicen que la desigualdad es necesaria, que genera los incentivos para que la gente invierta, se esfuerce, arriesgue, y sea recompensada por ello. A nivel microeconómico tienen algo de razón, pues las remuneraciones deben estar vinculadas a la productividad, como quedó demostrado en las sociedades y empresas en los que todos ganaban lo mismo sin importar el resultado (Cuba y las cooperativas de la reforma agraria). Pero es claro que la desigualdad tiene un límite; en Chile llegaron a ese límite, y la pita se rompió. La mayoría de la población dijo basta y los de arriba ya no van a poder seguir aplicando su preciado modelo económico.
Un modelo cuyo principal resultado es aumentar la desigualdad y la injusticia no es viable, al menos en democracia. Eso es lo que está demostrando Chile. No sabemos bien cuál va a ser la alternativa, pero queda claro para todos que será algo muy diferente al modelo vigente.
Comparte esta noticia