Vivimos en un mundo en el que “el parecer” es cada vez más importante y los estándares de la sociedad se vuelven más difíciles de alcanzar. Quisiéramos tener una vida en la que todo fuera perfecto: un trabajo insuperable, una pareja maravillosa, un físico ideal, una casa de película y la lista podría continuar.
En esta cultura de la apariencia, se vuelve primordial mostrar nuestros logros y resultados para evidenciar que tenemos éxito. No quiere decir que dejemos de soñar, de ponernos metas o de esforzarnos por ser excelentes en el trabajo o en los estudios, pero debemos tener claro que hacer lo mejor posible es no es ser perfectos.
El perfeccionismo no es una manera sana de buscar la excelencia, pues cuando nos pasamos la vida tratando de ser perfectos dejamos de vivir. A veces, estamos tan concentrados en conseguir la perfección que damos por sentado lo que tenemos y dejamos de priorizar lo que le da verdadero sentido a nuestra vida. Y en el intento de saltar de la vida que tenemos a la vida perfecta, nos creamos una presión inagotable porque nada suele ser suficiente, y esta percepción de escasez nos genera ansiedad. Creer que podemos no “estar a la altura” nos vuelve vulnerables, y ser vulnerables nos asusta. Entonces, nos encerramos para impedir ser juzgados o rechazados y terminamos escondiendo quiénes somos.
Las redes sociales han reforzado esta cultura de la apariencia elevando el nivel de exigencia -y con ello el nivel de frustración-, pues difícilmente logramos tener el estilo de vida que se define como “ideal”. Incluso, se ha vuelto común medirnos (nosotros mismos) en función a cuántos “likes” o comentarios tiene nuestra publicación, y terminamos constantemente comparándonos con los demás. Y, a pesar de que la mayoría de las cosas que las personas muestran en las redes son imágenes trabajadas, logros o sus mejores momentos, verlas nos genera la percepción de que lo tienen todo resuelto cuando en realidad no conocemos los desafíos reales de quienes las publican.
Sabemos que las empresas de redes sociales compiten por nuestra atención y registran nuestras interacciones para conocernos a profundidad e influenciarnos. Así, los “likes” y los comentarios han sido diseñados para atribuir valor a una publicación, lo que se vuelve un problema cuando publicamos y no obtenemos las reacciones que esperábamos. Esto nos provoca sentimientos de falta de validación o aceptación -y a veces ansiedad-, y es porque en la dinámica en la que estamos inmersos, estamos concediendo a otros el poder de atribuirnos valor como si la publicación fuera una extensión de nuestra identidad y no lo es.
La realidad es que, en la vida, por mucho que intentemos vernos perfectos o de hacerlo perfecto siempre vamos a tener insatisfacciones y no va a ser posible cubrir el cien por ciento de las expectativas. En este sentido, no debemos vivir pensando que seríamos más felices si estuviéramos haciendo cualquier otra cosa menos la que estamos haciendo, porque convertimos nuestra vida en una experiencia frustrante.
Lo importante es centrarnos en lo que necesitamos cada uno para ser felices e identificar qué le da sentido a nuestra vida dándole prioridad. Necesitamos reconocer quiénes somos, elegir ser auténticos y evitar compararnos continuamente con los demás, enfocándonos, más bien, en ser la clase de personas que queremos ser. Valoremos lo bueno que tenemos y si no estamos contentos con alguna situación en nuestra vida, definamos qué vamos a hacer para cambiarla. Albert Einstein dijo: “Si quieres resultados distintos, no hagas siempre lo mismo”.
Así, no necesitamos ser perfectos para ser felices; necesitamos cambiar nuestra mentalidad para transformar nuestra vida.
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