En poco más de 25 años, son notorios los importantes cambios en la gestión ambiental de la industria de harina de pescado. Esto puede rastrearse desde que se crearon direcciones ambientales en diversos ministerios, con no pocas resistencias –internas y externas– iniciándose los llamados PAMAs (los Programa de Adecuación de Manejo Ambiental). En el caso pesquero, esto implicó dejar fuera de las nuevas regulaciones a las embarcaciones y las chatas, generando graves consecuencias en la eficacia ambiental.
Igualmente, en esos años, la mayoría de plantas usaba secadores convencionales que despedían enormes cantidades de vapor con muy mal olor, el cual es asociado a la expresión costera peruana ‘huele a plata’.
Actualmente, la eficiencia en la recuperación de sólidos y grasas en la producción de harina de pescado es rentable, así como lo es la reducción de emanaciones aéreas. Ya en el año 2000 expliqué cuáles eran las magnitudes de lo que se echaba al mar y a la atmosfera, así como el valor económico que tenía y los impactos ambientales que ocasionaban. Sin embargo, el camino no ha sido fácil ni mucho menos corto.
En este proceso, los hitos memorables comienzan con la reducción de los flujos de agua de bombeo mediante el uso de bombas distintas a las centrífugas que, además de usar más agua, emulsionaban la grasa. Ellas fueron criticadas y objetadas en sus inicios, pero hoy la industria dejó atrás a las bombas centrifugas y ahora transporta el pescado con las bombas de desplazamiento positivo, principalmente.
Otro segundo hito fueron las inversiones de empresas líderes en el sector en la recuperación. Así no solo se rescataron las grasas –algo ya logrado antes– sino también los sólidos del agua de bombeo, dejándolos en condiciones de ser añadidos a la producción de harina y aceite de pescado. Los resultados validaron la rentabilidad mencionada arriba y tuvieron un efecto demostrativo fuerte. En suma, tras más de 20 años de regulación ambiental, la renovación de equipos ha sido más eficiente y ha generado menor impacto ambiental.
A ello se suma el cambio de modelo de manejo pesquero con la introducción del sistema de cuotas individuales, lo que redujo la presión sobre el recurso, la congestión de la flota en las bahías y sus consecuentes impactos ambientales. En una época la llamada ‘carrera olímpica’ permitió que se desembarque más de 100 mil TM por día.
Finalmente, también ha contribuido a esto el hecho que hay una mayor conciencia ambiental en las ciudades afectadas, respecto a 15 o 20 años atrás. Destaca en ello Chimbote, aunque no es el único lugar, expresado a través de asociaciones vecinales, pescadores artesanales, instituciones educativas, entre otras.
Retos a futuro
Desde el 2012, han entrado en vigencia los Límites Máximos Permisibles (LMP). No obstante, siete años después, no se conoce acerca de la performance ambiental de la industria de harina de pescado.
Esto se debe a que, al centralizarse la información en el Sistema Nacional de Información Ambiental (SINIA), se publica información sobre las condiciones ambientales de importantes bahías peruanas –como Chimbote y Paita– pero sin separar la performance ambiental pesquera del resto de industrias que allí se desarrollan. ¿Será posible que sepamos cuánto residuo orgánico se sigue vertiendo al mar peruano? ¿Cuántos restos están siendo aprovechados?
Corresponde entonces establecer nuevos retos, ya sea en los LMP en sí o en aspectos complementarios para las lanchas, chatas o plantas de procesamiento. Esto obliga a contar con datos más precisos del SINIA o del Ministerio de la Producción (PRODUCE). Sin duda, también es necesario avanzar en los aspectos ambientales relacionados con producciones pesqueras diferentes a la harina de pescado, pero eso será tema de otra columna.
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